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El día había empezado desde hace algunas horas, eran las nueve de la mañana y Hansel estaba por irse a Seattle, Damián lo acompañaría junto a Mía a la pista dónde estaría el Jet esperando por el pelinegro. Mía y Hansel me habían invitado a qué los acompañase, pero casi pude oír el rugido de furia que soltó la bestia en su mente, y la verdad no me apetecía estar junto a él encerrada en un auto por quién sabe cuánto tiempo.

Justo ahora estoy caminando rumbo al recibidor para despedirme de Hansel antes de que se marche. Muerdo un trozo de la barra de chocolate justo cuando el celular en mi otra mano indica que ha recibido un mensaje, de antemano sé que es de Tristán, así que aprieto los labios algo disgustada por su presión. Carajo, sé que está en su derecho de querer saber todo pero en ocasiones no puedo evitar querer gritarle que me deje en paz aunque sea un par de días.

Su presión, sus preguntas y su insistencia me abruman, sumando todo eso a lo que está pasando con Damián en esté momento y todas las cosas que siguen martillandome la cabeza como un recordatorio alarmante, siento que voy a volverme loca en cualquier momento.

Suelto un suspiro y levanto el teléfono para ver qué dice está vez, sin detener mis pasos vuelvo a morder otro trozo de mi barra de chocolate y ruedo los ojos con molestia al ver el contenido del mensaje: otra vez la misma maldita pregunta. Hay como diez mensajes antes de el último, ninguno los he respondido, dejé de hacerlo desde ayer, estoy enojada, él me asfixia con el tema y eso me enoja.

—¿Que haces con mi chocolate?— pregunta recalcando la palabra “mi” me detengo y me doy cuenta que ya he llegado al recibidor y que aparte de mí solo está él.

Lo miro unos segundos mientras se sirve un vaso de whisky, y luego pongo los ojos sobre la barra de chocolate casi terminada en mi mano. La encontré en el refrigerador y al igual que con el pastel de hace unas horas, la tomé sin detenerme a pensar de quién era.

—Lo siento— le sonrío falsamente y bajo su atenta mirada vuelvo a llevarme la barra a la boca.— no tenía idea de que era tuyo— me encojo de hombros—pero eso no importa— empieza a acercarse— una vez dijiste que todo lo tuyo era mío.— levanta una ceja y se para a dos o tres pasos frente a mí.

—Eso fué antes de qué te acostaras con otro— sonrío para provocarle molestia, quiero acabar con su paciencia.— Ya no me apetece compartir contigo ni el aire que respiro— suelto una leve risita y anulo la poca distancia que nos separa.

—¿Dormiste bien, amor?— le pregunto haciendo un puchero mientras acaricio con mis dedos su mejilla.

Está enojado por como lo dejé, me mira con rabia desde que me lo encontré a la hora del desayuno.

—Como un bebé— dice entrando al juego.— ¿Y tú?

Sonrío y acerco mi boca a la suya.

—Como un bebé— repito sus palabra rozando nuestros labios, sonríe pícaro.

—Imagino que después de tocarte recordando las veces que te hacía mía— susurra y sonrió ampliamente— ¿Cuántas veces te corriste pensando en mí?

Río.

—Quizás las misma que lo hiciste tú pensando en mí.— respondo inocente, antes de soltar un suspiro y romper nuestra burbuja.

Sonriente me alejo de él unos metros y muerdo el último trozo de chocolate para después arrugar hasta hacer bolita la envoltura en mi mano.

—Dejemos de jugar,— añado mientras él da un sorbo a su bebida.— necesito hablarte— va a responder y por su cara sé que lo que dirá será una de sus tantas estupideces, así que lo freno— de verdad, Damián, hablemos como padres, dejemos de jugar y discutir por un momento.

Mil pedazos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora