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Damián Webster.

El reloj marca las nueve y cuarenta de la noche y sigo aquí en la mansión. Han pasado muchas horas, ya Ámbar ha de haber despertado, pero aún así no he levantado mi trasero de esta silla, no he salido de la oficina en la que llevo horas encerrado, para tomar a mi hija e irme a casa.

No lo he hecho porque simplemente no sé como carajos explicarle las cosas, no tengo ni la más puta idea de cómo mirar sus ojos mientras le digo que efectivamente fuí yo quien acabé con su familia.

No sé qué hacer, no sé cómo proceder apartir de ahora, lo acepto. Estoy que la cabeza me explota, casi puedo sentir la sangre correr por mi cuerpo con fuerza. Me siento frustrado, muy cansado emocionalmente.

Temo realmente a que su decisión de irse no sea sólo un impulso provocado por lo que recién acaba de descubrir. Temo perderla, perder a mi hija.

—No. No Damián.— habla Hansel y dejo de mirar a la nada para observarlo a él. Con mis dedos saco el cigarrillo de mis labios y a desgana lo dejó caer en el cenicero de cristal sobre el escritorio.— No puedes hacer eso, no ahora...

—¿Entonces cuando? ¿Cuando finalmente logré su objetivo y me meta a prisión mientras mi mujer e hija se van a quien sabe dónde?— pregunto con ironía y molestia pero sin elevar la voz.

—¡No! No, carajo.— se exaspera y se pasa las manos por el rostro con frustración.— Amigo, estás siendo juzgado, hay un juicio en proceso, el fiscal del juicio en tu contra es él y cualquier cosa que le suceda, por mínima que sea te expondrá ante todo el mundo.— recarga su espalda en la silla y fija sus ojos en el cielo.— Sí eso pasa, ni el hecho de darle otro millón al juez te librará de la prisión.

—Ese maldito juez... Le pagamos desde el primer juicio y aún no termina de dejarme libre, es su culpa que haya sucedido esto.

—Sólo está dándole largas porqué realmente todo te acusa.— habla en defensa de Richards— Y no puede simplemente liberarte cuando todo indica que eres más culpable que inocente, recuerda que hay un jurado, un fiscal...

—¡Ese maldito hijo de perra...!

—¡No puedes matarlo ahora!— levanta su voz por sobre la mía.— Ni a él ni a Tristán Reeves.—agrega volviendo a bajar la voz.— Te entiendo, créeme que lo hago; es tu esposa, tu familia, pero sí actúas por impulso vas a hundir las cosas mucho más de lo que de por sí ya están.— suelta un suspiro.— Ahora mismo Ámbar está enojada, está triste, decepcionada, a la primera oportunidad que tenga de largarse junto a Mía, lo hará, y que tú vayas a la cárcel le caerá como anillo al dedo. Sí las cosas suceden así, jamás en la vida sabrás de ellas.

Guardo silencio, lo hago y desvío la mirada porqué tiene razón. Tiene toda la maldita razón.

Froto una mano por mi cara un par de veces antes de sujetar con fuerza el puente de mi nariz y cerrar mis ojos, reviviendo así la escena de esta mañana en el departamento.

Le he hecho mucho daño, la he roto más de lo que cualquier otra mujer pudiese soportar. La he hecho pasar por cosas que en definitiva no se merecía. Son más los momentos feos y tediosos los que le he hecho vivir, muchísimos más que los buenos, pero aún así siempre se mantuvo firme conmigo, estuvo a mi lado ya sea para apoyarme, recriminarme, fastidiarme, insultarme, hasta para golpearme, pero siempre a mi lado.

Nunca, ni siquiera cuando la secuestré me tuvo tanto miedo como para caer en un ataque de pánico.

En un maldito ataque de pánico.

Mil pedazos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora