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Abril, 16



Damián Webster.

Finalmente llegue a Rusia después de dieciocho horas de vuelo. La hora está sobre la media noche, ellas han debido llegar hace tres o cuatro horas quizás. Fijo mi vista en la ventanilla del auto y por ella puedo ver como nos detenemos en uno de mis edificios.

—Dimas ha de estar esperándolo en recepción, señor.— me dice en ruso, Josep desde el asiento del piloto.

—Muy bien, Josep.— le respondo en su idioma.

El hombre de entre cuarenta o cincuenta años quizás, asiente y salgo del auto. Ajusto mi gabardina, hacía bastante que no estaba en un lugar con temperatura tan baja, hacía bastante que no venía a Rusia. Repaso con mi vista el lugar, este es uno de mis edificios favoritos en esta ciudad, está situado en el centro de Moscú, y a pesar de que son casi la una de la mañana, puedo ver establecimientos abiertos y personas habitando las calles y el edificio como sí fuera las tres de la tarde.

Sin más, meto las manos en los bolsillos de mi gabardina negra y empiezo a andar al interior del lujoso edificio residencial. Pese a que han pasado años desde la última vez que estuve aquí, el portero me reconece de inmediato y junto a un saludo formal y un asentamiento abre la pesada puerta de cristal. Aquí dentro la temperatura es mucho más cálida que afuera.

—Señor.— saluda Dimas con un asentamiento, mientras se acerca a mí. No reparo en nadie más, no me detengo ni siquiera a mirar al nuevo concerje, lo único en lo que puedo pensar es en subir al maldito apartamento y comprobar por mí mismo que están bien. Dimas reconoce mis intenciones y de inmediato se aproxima a mí, mientras empieza a hablar:— Llegamos a las ocho, están bien, desde que llegamos no han salido, la señora sólo pidió ir a la farmacia del frente y se rehusó totalmente a que uno de nosotros fuera por lo que quería...

—¿Una farmacia?— pregunto entrando al elevador vacío, él hace lo mismo y se detiene a mi lado con la vista fija en las puertas que se cierran.— ¿Que carajos buscaba en una farmacia? ¿Les pasó algo? ¿Están heridas?

Niega frenéticamente.

—Por supuesto que no, señor.— dice de inmediato.— Tuvimos un pequeño inconveniente cuando estabamos en el bote, pero no le hicieron daño a nin...

Me giro para mirarlo con el ceño fruncido y algo confundido.

—¿Inconveniente?— pregunto y él me mira atento— ¿No les hicieron daño? ¿Quienes no le hicieron?

Niega algo nervioso.

—Nos interceptaron cuando estábamos en el bote...— mis manos se adueñan del cuello de su camisa y lo pegó con brusquedad de la pared metálica del elevador. Mi mente se nubla de ira y ni siquiera entiendo porqué, pues él mismo a confirmado que están bien.— N-No les sucedió nada, señor.— aclara rápidamente.— Eran muchos, más de diez hombres. Entre varios me ataron y empezaron a llevarse las cosas de valor del bote— la furia crecía más y mis puños picaban de ansiedad por estamparse en su cara.— Pero luego otra embarcación llegó, y uno de los hombres reconoció a su esposa, ordenó a todos los demás que dejarán las cosas en su lugar y luego se marcharon— la ira rápidamente se disipa y la confusión me abraza entero.

Suelto su camisa y arregló el cuello de la misma, antes de darle una palmada en el hombro al ruso. Vuelvo a girar hasta quedar nuevamente mirando las puertas cerradas del ascensor, a mi lado puedo sentir que el hace lo mismo después de soltar una gran bocanada de aire.

Mil pedazos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora