—¿Pero que carajos crees que estás haciendo?— vuelve a preguntar Hansel, algo alterado. Damián pone los ojos en blanco con fastidio por milésima vez y recuesta su espalda del espaldar del sofá en el que está sentado.— ¿Te has vuelto loco, amigo mío?— me paro al lado de Hansel y desde mi lugar y con los brazos cruzados, también lo miro con reproche.
Hansel, Amelie y Noah habían llegado a casa hace unos diez minutos. Noah y Mía estaban jugando en la habitación de ella, mientras nosotros discutíamos acá en la sala de estar. Y es qué tal y como le dije; que se viniera a Seattle era una gran estupidez, y él lo sabía perfectamente, es por ello que no se molestó en decirle a su amigo de toda la vida lo que planeaba hacer.
Personalmente pensé qué Damián ya le había dicho a Hansel que se vendría a la ciudad con nosotras, pensé también que sí estaba tan relajado con su aparición después de cuatro años de estar “muerto” era única y exclusivamente porqué ya junto a Hansel habían planeado algo para qué él estuviera bien ahora que la prensa estaba alocada con todo el asunto de su participación con el narcotráfico.
Pero no, todo esto no había sido más que un impulso. El hijo de puta se dejó llevar por quién sabe qué, y se vino a la ciudad sin medir riesgos, sin un plan de por medio, sin nada inteligente en la jodida cabeza llena de mierdas que tiene.
—Debes regresar a Australia.— intervengo firme y él voltea a mirarme con enojo.— Deja de pensar que te quiero lejos por mi conveniencia y acepta de una maldita vez que te estás comportando como un maldito estúpido, y qué lo único que nosotros estamos haciendo es tratar de ayudarte.
—No me voy a regresar a ningún lugar.— me dice furioso, puntualizando cada sílaba.
Suelto aire enojada y empiezo a caminar con mis pies descalzos por toda la sala de estar, para tratar de drenar el enojo o quizás para que la ganas de golpearlo no se acrecenten por mirarlo fijamente.
—Carajo, Damián.— murmura Hansel presionado el puente de su nariz con sus dedos. Amelie y Carmen están reunidas con nosotros, pero se mantiene al margen de nuestra conversación.— ¿Nada?— pregunta y detengo mi andar justo detrás del sofá dónde está sentado Damián. Sin descruzar mis brazos fijo mi mirada en Hansel.— ¿Damián, ninguna identificación falsa? ¿Nada?
El hijo de puta se ríe con burla y las ganas de tomar el florero que tanto Carmen venera, y estamparlo en su cabeza, me abrazan con fuerzas.
—Nada, amigo mío.— responde burlón. Se levanta y me mira.— Y no me voy a ir a ningún otro lugar que no sea mi casa,— agrega tajante.— así que dame mis llaves, me he cansado de escucharlos a todos.— dice esto último con los ojos fieros fijos en los míos.
—Amigo, quédate aquí.— dice Hansel y enseguida volteo a mirarlo como sí estuviera loco. Sí este maldito imbécil se queda en mi casa diez minutos más, voy a matarlo.— Por un rato,— agrega rápidamente al darse cuenta de mi expresión.— regresaré en dos horas con una identidad y documentos nuevos para tí...
—¿Y qué hay de su cara?— intervengo.— Su maldita cara está impresa en los periódicos, en las revistas y hasta en los canales de televisión, ¿Crees que una nueva identidad va a servir de algo cuando medio mundo sabe como luce?— Hansel suelta aire pesado dándose cuenta que tengo razón.
—¡No lo sé!— exclama frustrado el pelinegro.— No lo sé, te haces una operación, te tiñes el cabello, puedes usar lentillas para cambiar el color de tus ojos...
—No voy a hacer ninguna de esas estupideces.— ¡Maldición! ¡¿Es que acaso no se da cuenta de la magnitud del problema?!— Voy a volver a aparecer frente a todos como Damián webster.— sonríe y cierro mis ojos con fuerzas para llenarme de paciencia.— Sí las cosas se salen de mis manos, pago a los mejores abogados del país, creamos una muy buena mentira, compramos al fiscal, al juez, al jurado, a todos los que se necesiten, y ya, nada ha pasado.
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Mil pedazos.
RandomPromesas sin cumplir. Un profundo vacío. Un amor obligado a terminar. Lágrimas de dolor. Una hija por quién seguir. Y el alma en mil pedazos. Eso fué lo qué Damián dejó a Ámbar en el momento exacto en que su corazón dejó de latir. Él llegó a ella pa...