Después de mi encuentro con los guardias los nervios me atacaron con más fuerzas, sabía perfectamente que ellos le dirían a Damián apenas llegara qué yo había liberado a sus prisioneros. Me puse en estado de alerta, apenas entré a la casa no mi moví del recibidor, y quizás transcurrieron dos o tres horas cuándo finalmente escuché la verja abrirse y posteriormente el sonido del motor de un auto.
De la nada me quedé parada en medio del recibidor, abrir los ojos de par en par antes de reaccionar y salir corriendo a una de las ventanas, muy apenas corrí la cortina hasta que por una muy pequeña ranura pude ver a Damián salir del vehículo, abrir la puerta trasera y posteriormente sacar en sus brazos a una adormilada y aparentemente muy cansada Mía.
Cuando volvió a cerrar la puerta del auto y se encaminó al interior de la casa con la niña en los brazos, los mismos dos guardias se le acercaron y entre susurros empezaron a hablarle. No espere a que se acercara más, tan pronto como esos hijos de puta le hablaron giré sobre mis talones y empecé a caminar casi corriendo por un pasillo.
Habían pasado unos minutos desde entonces y yo estaba con el corazón acelerado, muriendo de nervios y escondida en en uno de los interminables pasillos de la casa.
—¡Ámbar Annaliese Webster!— lo escucho gritar en una lejana pero muy muy enojada voz.
Con cuidado de no hacer ni un sólo ruido con mis tacones empiezo a caminar rápidamente a otro lugar.
—¡Ámbar Annaliese Webster!— vuelve a gritar y vaya que está enojado, quizás es la primera vez que lo escucho llamarme por mi segundo nombre.
Sigo siendo silenciosa, me muevo por los pasillos con agilidad, y por primera vez desde que estoy aquí agradezco que la casa tenga más pasillos que un jodido laberinto. Su voz enojada vuelve a llamarme a gritos, y puedo reconocer su voz cerca del recibidor, así que empiezo a caminar apresurada por el pasillo hacia la sala de estar trasera para ir a esconderme así sea detrás de los árboles de patio trasero.
—¡Si no sales ahora te juro que las cosas van a empeorar!— grita y me importa poco, si salgo o no igual todo ya está muy empeorado.— ¡Sal! ¡Maldita sea! ¡Te quiero frente a mí en tres! ¡Uno!— río— ¡Dos!... ¡Ahí estás!— apenas dice esto último, miro sobre mi hombro para encontrarlo corriendo detrás de mí.
Por un momento creí ver al diablo y enseguida apresuro más el paso, corro aprovechándome de la distancia que había entre nosotros, y no puedo evitar reír divertida mientras escucho mis tacones y sus zapatos resonar fuertemente por el silencioso pasillo ¡Debemos parecer unos malditos niños!
Llego a la sala de estar trasera y no me detengo ni siquiera después de cruzar el umbral de la puerta, sigo corriendo sin mirar atrás, y ¡Joder qué es jodidamente espantoso correr en tacones y con un shorts casual de corte alto!
—¡Detente ahora mismo!— grita y lo oigo más cerca, apresuro el paso y sin tener muchas opciones voy directo a pequeña verja que se conecta por arbustos altos.— ¡Párate, hija de puta!— río y cuando pongo un pie en la playa me arrepiento enormemente de haber venido aquí.
Los tacones empiezan a enterrarse en la arena, y la arena empieza a meterse dentro del zapato. Desde que llegué aquí no había salido a esta parte de la casa, y sí que qué era la mejor, una playa hermosa y privada sin dudas, pero eso no fué lo que llamó mi atención, o por lo menos no ahora.
Lo que sin duda ví como una gran salvación a una posible fractura en el tobillo, fué un muelle, un gran y largo muelle al que el agua del mar le llegaba a tope, parecía de metal, por ende superficie fuerte para sostenerme sobre estos malditos zapatos. Quería detenerme y quitarme los zapatos, pero sí lo hacía corría el riesgo de que me atrapara aún más rápido.
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Mil pedazos.
RandomPromesas sin cumplir. Un profundo vacío. Un amor obligado a terminar. Lágrimas de dolor. Una hija por quién seguir. Y el alma en mil pedazos. Eso fué lo qué Damián dejó a Ámbar en el momento exacto en que su corazón dejó de latir. Él llegó a ella pa...