Capítulo 11: Un día después

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Dan las 6 en punto antes de que pueda notarlo. Máximo llegará en una hora, le espero con el firme propósito de conversar con él.

Es evidente que Máximo estaba al tanto de las razones detrás de la visita de Caesar. Lo ha sabido todo el tiempo y ha cumplido con méritos su rol de anfitrión, al ceder precavido a mis caprichos aun sin ser su responsabilidad. Ahora que conozco las razones de su trato mezquino, no puedo evitar sentirme culpable de hostigarle con mi comportamiento empalagoso. Los nuestros son dos puntos de vista en colisión, solo espero tener el coraje de enfrentar mis razones para actuar como lo he hecho hasta el momento: con la posibilidad de compartir residencia por los próximos años y la incomodidad de mi presencia para Máximo, me urge llegar a un acuerdo sobre nuestro futuro juntos.

Con mi mente llena de estas ideas me dirijo a la cocina mientras le pido a SIS algo para recoger mi cabello en una coleta alta. Pondré en práctica mis nuevas habilidades culinarias al preparar una cena para los dos.

Máximo llega puntual, con una sonrisa de satisfacción que observo por primera vez. Yo estoy en la cocina, le espero con dos platos de comida en el conservador. Trae la chaqueta de su traje en el brazo, la corbata floja y la camisa un poco arrugada. ¿Dónde estaba? ¿Qué es esta faceta? Mi mano se tensa un poco, pero lo recibo tal como estaba planeado. Le toma un momento saber que espero por su saludo.

—Buenas noches —Su tono es jovial, sonríe.

Esperaba en él un semblante oscuro.

—Buenas noches, Máximo —digo tan servicial como me es posible, mi tono de voz es suave y mi expresión condescendiente—. Te estaba esperando. Preparé la cena.

Sus pupilas se dilatan por una fracción de segundo, antes de regresar a la normalidad.

—No creí que fueses a preparar algo hoy.

Desde mi llegada he preparado la cena sin falta cada noche, aunque se tratase de simples sándwiches.

—He comido afuera. —dice, y suaviza su expresión.

Lo sé, lo he sabido desde que lo vi pasar por la puerta.

—Está bien, no necesitas comerlo. Pensé que la cena podría ser un buen momento para una conversación. —digo, al tiempo que me acerco a él tras dejar los platos en la barra.

Me escucha con atención, pero ya no sonríe. Llevo mis manos al pecho, para mostrar que no estoy enfadada sino avergonzada.

—Ya sabes todo lo que debías saber, esperaba que la conversación se pudiese aplazar hasta mañana —dice, con su corbata ya en la mano.

El suave aroma de una fragancia de mujer llega a mí desde él. Desespero por preguntar, por saber más, busco en él su expresión alguna señal de enojo, pero me convenzo a mí misma de no insistir.

—Estoy agotado. Mañana tengo el día libre para hablar. Espero comprendas, y podamos aplazar la charla de la cena al desayuno. —Pasa su mano sobre mi cabeza para desordenar mi cabello y se aleja en dirección a las escaleras.

Yo solo me agacho y asiento, no tengo nada que decir. Aunque sigue sin mostrar el más mínimo interés en mi vida y me ha dejado plantada con dos platos de comida, algo me dice que solo ha sido rudo conmigo hasta ahora por las circunstancias de nuestra convivencia.

—Recuerda tu promesa. —manifiesto, cuando ya se ha perdido en las escaleras

El sol resplandece en el firmamento y yo observo el techo desde mi cama, espero por algún indicio de la salida de Máximo de su habitación. No pegué el ojo en toda la noche, mi mente se entretuvo con todos los caminos que nuestra conversación podía tomar en la mañana.

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