Capítulo 57: Lo que merecemos

2.7K 284 81
                                    


Para cuándo el rey entra, algunas lagunas de mi intento de escape se han despejado. Él, mi padre, luce un semblante pálido y desgastado, un traje negro de gala militar y unos lustrosos zapatos del mismo color, su cabello castaño añade vida a su presentación.

—Una semana de luto nacional —dice, su voz es tan firme como siempre—. Por un común. Un niño que no debió morir.

Frunzo los labios, intimidada por su presencia. Hay algo feroz en aquel hombre, que no acude a mí como interrogador, como rey o como padre. El viene a dar sentencia, castigo a mis actos. Es mi verdugo, aunque nunca más que yo misma.

—Mataste al niño que crie como hijo. Mataste la oportunidad de regresar a casa como mi hija. Tú y él joven—Su aura se vuelve más amenazante con cada frase, pero el permanece impávido junto a la entrada—. Espere que hubiese sido él, tenía la ligera esperanza de que te hubiese manipulado. Eres solo una adolescente confundida después de todo, que fácil sería para un noble convencerte y así asegurar el escape de su hermana. Pero no, los videos lo confirman, las grabaciones en sus simbiontes son claras. Fue tú idea, tu decisión matarle. El solo mostró su gratitud al apoyarte.

El rey comienza a caminar hacia a mí, mientras acaricio con cuidado las conexiones que cuelgan de mi cuello, tres a cada lado. Seis incisiones que me hacen una computadora de acceso ilimitado.

>> Pronto encontraríamos un donante, tenlo presente. Todos los nobles en este país están dispuestos a entregar sus hijos recién nacidos si así lo solicita el rey. Mi pequeño hijo, mi niño común habría sobrevivido lo suficiente. Zoraida lo sabía. Pero tú le arrebataste esa oportunidad. Mi hija que mató a mí hijo. La princesa que mató a su prometido para huir del matrimonio ¿Tanto te has encaprichado con ese muchacho? ¿Lo suficiente para matar a tú compañero, a tu amigo y a tu familia? —el rey se detiene justo frente a mí. Su mirada reprueba mi existencia, la deshecha y empequeñece.

El aire me abandona, sus palabras me destruyen. ¿Había un chance? ¿Una oportunidad para él de sobrevivir? Comienzo a llorar sin remedio, las lágrimas se escurren por mi rostro. Me desplomo. Yo odiaba al rey por lastimar a Caesar. Le odiaba por elegirme a mí sobre él, por arrebatarle su vida. Ahora solo puedo odiarme a mí misma. ¡Si solo hubiera dicho algo! ¡Si solo alguien me hubiera explicado el mundo!

—¡Caesar! ¡Caesar! ¡Mi Caesar! —grito desesperada. Duele.

Estar viva me duele. Quisiera gritarle que no lo sabía, que yo le amaba a él y no a Máximo, pero no merezco defensa. No merezco nada más que el dolor que llevo dentro y el ardor en que consume mi espíritu. Caesar.

El rey me levante el mentón con sus dedos, y sus ojos se fijan en los míos. Estamos a solo unos centímetros de distancia. Me observa por unos segundos antes de deslizar su rostro hacia mi oído.

—Prepárate para el funeral —murmura a mis oídos. Mientras se va, con paso largo y estridente, sin prisa ni lentitud, me advierte—. Después, no volverás a ver un día sin el bloqueador.

Una sentencia de vida, una sentencia de dolor.

Él ha escogido mi castigo, me ha dejado vacía y transparente. Prefiere que me ahogue en culpa a darme el gusto de verme castigada.

A su salida la puerta queda abierta, el único guardia del otro lado se inclina al verle pasar y se dirige a mí con una reverencia, para abandonar su posición. Desconecto los cables que me atan a la habitación y me arrastro hacia la entrada, a gatas por el suelo. Si pudiese convencerme de la falsedad en sus palabras, de lo imposible que era salvar a Caesar, de la crueldad que le aguardaba. Pero no puedo. Porqué al matarle borré cualquier posibilidad.

En el umbral, medio cuerpo afuera, medio cuerpo adentro, siento la presencia de otra persona. A mi derecha, a solo unos metros, Máximo está sentado en el suelo en medio del corredor, un largo corredor de luces y paredes blancas, sostiene su cuello con las manos. Mira al piso.

Voy hacia él, insegura de cuál ha sido su castigo. Mi mente comienza retomar lucidez, los efectos del cuarto de interrogaciones se desvanecen poco a poco y comprendo las palabras del rey. El bloqueo a mi simbionte ha sido levantado, al menos por ahora.

Estoy a pocos pasos cuándo levanta su mirada, se ve cansado, desubicado e incapaz de aceptar lo que le ha ocurrido. Aun así me sonríe, con una inocencia y desdén que jamás había visto en él. Abre sus brazos para recibirme, pero soy yo quién me abalanzo a rodearle con los míos. Hundo su cabeza en mi pecho, sin llorar. Ambos merecemos nuestros castigos, pero no él más que yo.

He cometido un error, he juzgado precipitadamente a mis padres, a los reyes y al sistema. Caesar ha pagado las consecuencias de mi imprudencia, Máximo se ha visto arrastrado por mi falta de juicio. No hay excusas para mí, no hay defensa que sea válida: arruiné todo y a todos.

—Aún no hace efecto, por completo —confiesa Máximo, alejándose. No logro entender a qué se refiere—. Así que debo disculparme mientras aun pueda. Lo siento, Aletheia. Yo soy el adulto, no debí permitir que lo hicieras. Debí preverlo. Realmente lo lamento.

—Debiste. —Contesto. Queriendo compartir mí pena con él.

Por un momento, solo un instante, un rayo de culpa atraviesa la expresión de Máximo, sus manos aprietan las mías.

—Discúlpame por lo que he de decir después, en poco tiempo estará hecho y ya no podré razonar con claridad —Máximo me suelta y se aleja—. Lo lamento, pero sentencia ya está vigente.

Le veo llevarse las manos a la nuca y comprendo, que como yo ha sido manipulado. ¿Cuánto tardarán lo efectos en surgir? ¿Cuándo dejaremos de razonar y comenzaremos a destruirnos el uno al otro, a nosotros mismos?

—¿Qué te han hecho? —pregunto, levantándome con su apoyo.

Aún voy descalza con la traslucida y sucia bata del centro.

—Han inhabilitado el simbionte parcialmente —murmura. Sin darme la cara y comenzando a andar—. Me han relevado de todas mis funciones y os han confinado al condominio hasta el día de la boda.

Nuestra boda.

Una carcajada se me escapa, el eco de mi risa retumba en el largo y desolado corredor. Nuestra boda.

—Algo más de un año —digo, pero él evita mirarme—. Un largo tiempo agonizando juntos.

Máximo no contesta, y no lo hará hasta que el bloqueador le domine por completo. Una hora más y conoceré al verdadero Máximo, al humano, al común.

Caminamos por el pasillo sin hablar más. Como si el peso de nuestras decisiones fuera demasiado grande para cargarlo. Ambos hemos sido condenados a ver nuestros rostros por el resto de nuestras vidas y no poder huir de lo que hemos hecho.

NobilisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora