Capítulo 15: Duquesas y marquesas

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Tras media hora de entretenida charla con la condesa y compañía, enfrento la curiosidad que me pica todo el cuerpo y me acerco a saludar a la duquesa.

Su saludo resulta cordial en primera instancia, aunque carente de cualquier expresión de interés. La presentación de rutina con mi nombre y familia, así como las formalidades propias de nuestros rangos avanzan sin contratiempos, pero no tardo en notar el disgusto que mi presencia le causa, sus fieros ojos azules me abandonan de golpe cuando el saludo culmina.

—Me sorprende encontrar a una mujer de su rango tan aislada. —comento, en busca de atraer su atención de regreso a mí.

—No eres la única sorprendida —responde. Sus ojos me observan con una combinación de sorpresa y desprecio—, ver una chica de tu edad con el cerebro fundido, tampoco es algo de todos los días.

Sus palabras me toman por sorpresa, soy incapaz de formar una respuesta.

— Incluso pareces el centro de atención entre las veteranas, solo basta con mirarte para saber que eres una prometida de ensueño. Ya estás bien adiestrada y ni siquiera te has casado —Sus ojos me recorren con repudio—. Pensar que te casarás con Max... imo.

No me pasa inadvertida la pausa que corta el nombre de Máximo, pero tampoco su tono de voz quisquilloso y su actitud despectiva. Por más hábil que sea controlando mi orgullo, yo misma tengo un límite a la degradación que puedo soportar, y aun así no dejo que mis emociones broten; por el contrario, controlo mis ojos llorosos, dibujo una sonrisa encantadora y finjo que ignoro todos desprecios. En el fondo quisiera gritarle que tendré un rango superior al suyo, que seré una persona independiente e indomable, que no soy como ella me describe, pero mentiría: yo haré lo que sea necesario, incluso soportar sus comentarios y sonreír.

—Eres el modelo de esposa ideal. ¡Felicitaciones! —exclama con sarcasmo.

Soy incapaz de tolerar el tono jocoso e hipócrita en su voz. Sé lo que soy, sé la imagen que vendo, no quiero que nadie me atormente más de lo que yo misma hago.

—Me disculpo por importunarla duquesa, no era mi intención...

Ella me interrumpe con un bufido.

—Claro que no, tu solo querías probarme. ¿Crees que no vi como miraban en mi dirección y reían tú y esas ancianas de allá? —pregunta con cinismo y usa su mentón para señalar el sitio donde antes conversábamos la dama Irene, la condesa y yo—. Es evidente que no me llevo con estas personas, ni siquiera me siento a gusto con sus normas, así que agradecería que un títere como tú no se me acercara, todas estas mujeres no son más que muñecas andantes y, yo prefiero mantener distancia.

— ¿Si desea mantenerte al margen, porque viene a esta fiesta? —pregunto, con el deseo incontenible de retarla y callarla.

Pero no más dejo salir esas palabras, sé que abandoné mi papel. Soy consciente de que a veces no sé cuándo quedarme callada y retirarme vencida.

—Niña, solo deja de preguntar y piérdete, puedes creerte especial por estar comprometida con un duque ¿Pero adivina qué? Yo ya estoy casada con uno. —rezonga.

Mis ojos se llenan de ira, pero no le daré ese gusto verme romper por sus palabras, muerdo mi labio inferior por dentro hasta que me calmo y hablo.

—Lamento mi mala educación, duquesa Magdala, no quise molestarla —digo, mientras busco una razón para alejarme por todo el lugar—. Ahora me retiro... —En el salón contiguo mis ojos encuentran una excusa propicia para despedirme—... debo presentar mis respetos a una buena amiga. Le deseo una maravillosa velada duquesa.

Sin detenerme a esperar su respuesta, camino hacia el rostro conocido que distingo a la distancia. Dejo a la duquesa atrás y con ella la gran humillación a la que me he visto sometida. El ímpetu que le permite tal derroche de impertinencia es aquello que yo más deseo. Ella es todo lo que quiero ser y no soy.

Antes de alcanzar mi destino, me veo obligada a detenerme por el discurso de Belladona que ahora de pie sobre una tarima en el salón central, llama a todas las invitadas a prestarle a atención. El tiempo se detiene y en un instante todos los ojos están sobre ella.

—Sean bienvenidas, mis queridas amigas. Duquesa Magdala, marquesas, condesas, baronesas y damas. Me honran con su insustituible presencia. Como organizadora y anfitriona en esta velada, me honra contar con ustedes en tan sorpresiva celebración. Pero me es imposible retrasar el anuncio que les traigo, pues tras de casi veinte años de feliz matrimonio, puedo compartirles la alegría de mi primer embarazo.

Las palabras de la marquesa se detienen con el repentino estallido de aplausos en los salones. El sonido embota y antes de notarlo me encuentro a mí misma aplaudiendo con una sonrisa en los labios.

>> Y así como yo a mi edad he conseguido tal dicha, sueño con que todas ustedes nunca se den por vencidas en tan noble lucha. Cada una de nosotras tiene una gran carga a sus espaldas: criar y dar a luz a la siguiente generación de gobernantes de nuestra amada tierra. Rememoro los comienzos de nuestra querida nación, cuando la Federación, en su máximo apogeo se expandía por casi la mitad de la superficie continental, con territorios en tres de cinco continentes, y control sobre los océanos Pacífico y Atlántico. Durante 159 años la federación fue la mayor potencia del mundo, y la tecnología avanzó sin control, esa sociedad sin frenos tuvo su justo fracaso. Recordemos como sus avances tecnológicos indebidos trajeron la caída a tan degenerada idea de sociedad.

Sus palabras retumban en mi cabeza, su sonrisa que enmascara sus intenciones políticas, ella cómo usa su embarazo para manipular a la multitud. Y entiendo que se aprovecha de nosotras, que nos confunde con sus palabras. La federación cayó por la guerra y por culpa de los nobles, no porque el pueblo lo deseara.

—Nuestros nobles, indudables salvadores de tan enferma nación, necesitan de nosotras. Su incapacidad de reproducción nos hace insustituibles, y seguiremos siéndolo mientras nuestros hijos sean todos hombres, como la historia nos ha demostrado funciona su herencia genética. Somos las responsables de mantener el linaje a salvo, el linaje de los nobles que permite a nuestra amada América seguir en pie, somos nosotras las dadoras de la vida, quienes llevaremos en nuestros vientres la siguiente generación de nobles que protegerá y regirá esta tierra.

Y así tras varios giros y tergiversaciones, Belladona se encarga de convertir a los nobles en nuestros salvadores y a nosotras en sus grandes aliadas, como si no fuera su forma de mantener el estatus quo de la situación.

Belladona ha sido hábil en omitir que fueron los nobles quienes desarmaron nuestro intricado sistema de inteligencia artificial a cargo de las decisiones. Tampoco nombró las leyes sobre alta tecnología o los centros de investigación clausurados como culpables de la caída de la federación. Desaparecieron la investigación genética justo tras el golpe de estado, que los definió a ellos como una raza superior, a ellos, fruto de dichas investigaciones. Nosotras no somos la salvación, somos solo los instrumentos para proveerles progenie, y para mantenernos conformes nos llenan de lujos y riquezas, que de seguro preferirían mantenerlas en exclusividad para su especie. Y con todo y ello, les debemos doscientos años de paz y estabilidad.

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