Capítulo 13: Belladona

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Pronto nos encontramos frente a 'BELLA', la tienda más popular entre las nobles de la ciudad. Una zona de distorsión magnética me impide entrar, aunque abre paso a Máximo sin problema. Un claro recuerdo de la diferencia en nuestro estatus.

Pasa medio minuto antes de que yo obtenga acceso al interior. Dentro hay un taller sin exhibidores ni probadores, el lugar está lleno de comunes en medio de labores de fabricación en las diferentes estancias. El silencio exterior se convierte en bullicio. En el tiempo que tardo en alcanzar el recibidor me convierto en el foco de todas las miradas, por un instante las máquinas de coser, los telares y en los equipos de acabados metálicos se detienen, para regresar a rugir al paso de una imponente figura femenina.

La mujer saluda a Máximo con gracia pero sigilo. Sin reparar en mí sino hasta verse obligada por la cortesía, Belladona, la dueña de la tienda, me saluda. Sus ojos me recorren en un segundo y me destruyen en la mitad de ese periodo.

—Ha sido mi idea —miente Máximo—. Lamento si lo considera una impertinencia, marquesa.

Él aprieta mi mano en la suya con delicadeza y me regala la más dulce de las sonrisas. A su modo se asegura de proteger mi orgullo.

—Si es el deseo del duque, ¿quién soy yo para interferir? Es usted bienvenida a mi tienda señorita...

—¡Aletheia, señora! —exclamó, emocionada de estar frente a ella.

Belladona, marquesa de Granada y Dorado, es la esposa del marqués mayor de la casa gobernante y la propietaria de esta casa de confección. Una noble de amplio reconocimiento no solo debido a su tienda, sino a su influencia entre los comunes de la región. Un ícono de poder, que retuerce su rostro en un gesto de desprecio ante la emoción de mi saludo.

—Preferiría que te refirieras a mí como, marquesa —dice de forma cortante, y aunque sonríe su mirada me amedrenta—. Marquesa Belladona, querida.

Máximo estrangula mi mano con la suya. A sabiendas de quién es aquella mujer, no entre los nobles, pero entre los comunes.

—Por supuesto Marquesa... Belladona. Me honra contar con su nombre —contesto sonriente, dando una pequeña reverencia con mi cabeza—. Lamento la impertinencia.

Por un momento deseo poder gritar quien soy, quien seré, pero como persona no logro sentirme más que como un insecto frente a ella, una mujer cuyo poder no reside en el título de su marido. Ambos quieren hacérmelo entender. No puedo sino sonreír mientras soy humillada frente a un montón de comunes, pero para mí, el orgullo es algo fácil de doblegar.

La marquesa nos guía hasta la unos muebles cercanos a la puerta por donde ingresamos. Nos sentamos en espera de la presentación de los modelos disponibles a través de un dispositivo de visualización tridimensional líquido sobre el cual se exponen los diseños en prototipos a color —una tecnología imposible fuera de los Jardines—, pero solía ser popular en tiempos de la Federación. Los vestidos se arman y desarman desde la base, los colores y las formas aparecen de repente y se desvanecen sin dejar rastro. Espero con ansias el tiempo en que deje de lado mi puesto como prometida y tenga la libertad de diseñar mi propio vestuario.

No pasamos más de veinticinco minutos en el interior de la tienda, la sobrecogedora sensación de rechazo proveniente de la marquesa, no me deja concentrarme en elegir y opto por culminar la tarea tan rápido como me es posible. Su mirada logra descomponerme, por el lapso de nuestro encuentro siento su mirada atravesarme, juzgarme por lo que hago.

Mientras caminamos al auto, mis ojos se secan al recordarme presa de mis elecciones. En momentos así parece ventajoso caminar detrás de Máximo, lejos de su suspicacia y con tiempo para borrar mis dubitaciones. Belladona es todo lo que yo quise ser, y todo lo que abandoné para sobrevivir, lo que está enterrado en los recuerdos de mi vida anterior. Recuerdos que arañan mi pecho al traerlos a colación.

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