Capítulo 32: Límites

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La mañana siguiente no dejo la habitación hasta estar segura de que Máximo ha salido, alrededor de las nueve. Bajo directo a la cocina guiada por el hambre y la sed acumuladas desde la noche anterior.

Para medio día el sol se esconde tras las nubes grises de la temporada de lluvia que está comenzando, pero no es sino hasta un par de horas más tarde que llueve. Me enredo en mis cobijas con la pantalla fija en el identificador de Caesar. Quiero verle. Quiero reír con él. Quiero su magia a mi lado. Quiero olvidar el incidente del día anterior y borrar de mi mente el rostro de Máximo. Quiero llenarme con la alegría de Caesar, con sus bromas y sus abrazos. Le quiero cerca. Y, sin ningún impedimento para complacerme, le llamo.

Me levanto de la cama con la firme decisión de recibirle sin rezago de los eventos de la tarde anterior, por lo que no tardo en vestirme y bajar a esperarle.

El carro que transporta a Caesar ingresa al condominio pasadas las tres de la tarde. Y allí estoy yo, de pie en el marco de la puerta, viendo cómo se acerca. Mordisqueo mi labio inferior con inquietud, al tiempo que me descubro a mí misma ansiosa y agitada.

—¡¿A qué se debe este recibimiento?! —canturrea al abajarse del auto—. ¿Sucede a...

Cuando me doy cuenta estoy corriendo hacia él. Me lanzo sobre su pecho y le abrazo con fuerza. Caesar guarda silencio y me envuelve en sus brazos también.

—No te atrevas a preguntar nada —digo, y levanto mi rostro para sonreírle—. Gracias por venir.

Caesar estira su cuello y me besa. Yo correspondo tranquila al intuir que Máximo no le ha dicho nada.

Nuestro tiempo a solas ha incrementado los últimos meses, desde que comenzara a apoyar mis estudios, ahora que tengo en mente regresar al colegio el año entrante. Supongo, por comentarios suyos y de Máximo, que asistiré al mismo instituto que ellos; si bien no podremos recibir la misma instrucción debido a la diferencia en nuestras capacidades, sería sin lugar a dudas una forma de vernos más seguido.

Ya más calmada de la alegría que me llena su visita, le invito a entrar; procuro no separarme de él al mantener mi brazo alrededor de su cintura y mi cabeza pegada a su pecho.

—Lamento lo de tus padres —comenta casual—. Me entere hace un par de días. ¿Por qué no me lo dijiste?

—¿Mis padres? ¡Oh! —Lo había olvidado—. Mi hermana y yo lo sabíamos desde hace varios meses, ahora es oficial pero nada nuevo.

Caesar nos detiene en el zaguán y nos enfrenta cara a cara, sosteniendo mi mentón entre sus manos.

—Pues debiste decírmelo desde el principio —Besa mi frente—. Hablar las cosas siempre ayuda.

Asiento sin mucho interés y me arropo de nuevo en su pecho. Le comento la situación de mis padres sin mayor reparo. Me reclamo a mí misma en el proceso por no recurrir a él desde el principio y le dejo escuchar todas las quejas y pormenores que había guardado solo para mí. Algunas veces trato de pensar que el divorcio no me afecta, pero es obvio que lo hace. El que prefiera recurrir a Caesar, quien no tiene idea de mi situación, en lugar de a ellos, es una prueba más que clara de nuestro distanciamiento.

Cuándo he dejado de llorar, que en el fondo poca relación guarda con mis padres. Le ofrezco a Caesar la única comida que se me ocurre poder preparar en este momento.

—¿Hamburguesas? Ya me imagino que no almorzaste.

—Ni asistí a las clases de la tarde —confiesa, sin darle mayor importancia—. Pero sí, nada mejor que algo de verduras y proteína para recuperar las energías y prepararme para el regaño que me espera en casa. ¡No digas que nunca hago nada por ti, querida!

—Lo siento. A veces también quiero un poco de compañía. No planeaba hablar de nada en específico, pero... —Me callo, antes de revelar el verdadero motivo de mi llamada—. Solo quiero pasar el rato. Estaba aburrida y sola. Y sé que odias las clases de los martes, aunque nunca lo digas. Es cómo un favor que te hago. Agradéceme.

—Ale, aunque entiendo a la perfección que nadie podría vivir sin tener a este guapísimo hombre cerca, no puedo agradecerte a ti por un favor mío.

—¡Por favor! —vocifero indignada—. Hombres guapos me sobran.

Cinco minutos después SIS tiene las hamburguesas horneadas y calientes, Caesar pasa los paseos de realidad virtual a toda velocidad en el holófono, mientras se queja de lo inconveniente de no anexar una sala de deporte a la casa, y yo término de servir los vasos de jugo nutritivo.

—¡Ni sueñes que daremos uno de esos paseos! Ya los conozco todos. Pensaba en mejor reproducir una película, pero bien puedo acceder a un juego de rol. Solo no quiero uno de locas guerras apocalípticas que terminan en un mundo desértico y violento. Eso es demasiado bárbaro para mi gusto, y el de cualquiera con algo de civilidad.

—Ale, la civilidad no tiene nada que ver con el entretenimiento—dice, halándome hacia él cuándo me dispongo a poner las hamburguesas en la mesita—. Nada divertido es cívico.

Su esfuerzo por acércame a él pone en riesgo la estabilidad de los platos, que solo mis malabares libran de terminar en el suelo.

—¡Por poco y tiro la comida! Imbécil. —grito, mientras me acomodo en sus muslos.

No necesito más que tenerlo cerca para que el día se sienta reconfortante. ¿Por qué Caesar es tan distinto a otros nobles? ¿Por qué no es áspero y estoico? ¿O será que solo es así conmigo porque soy su prometida?

No necesito saber si le amo para estar segura que disfrutaré mi vida a su lado más de lo que lo haría con Máximo. Máximo, nada bueno viene de pensar en él.

Antes de que pueda agarrar la comida me giro para tenerlo frente a frente, acerco mi rostro y le beso. Le beso tanta pasión como mi pudor lo permite. La intensidad de nuestro beso sube, pero no lo suficiente para que ignore como sus manos se resbalan sobre mis senos. Me contraigo, la sensación su tacto me molesta. Cubro sus manos con las mías y con sutileza las deslizo hasta mis caderas sin cortar nuestro beso.

La sensación de sus manos se queda en mi cuerpo, de repente ya no lo quiero cerca, no quiero que me toque. Pero jamás me permitiría a mí misma hacer algo que le ofenda y, aunque debería estar preparada mentalmente para este tipo de roce, no me siento a gusto con ello.

—La comida se enfriará. —digo, posando suavemente mis labios sobre los suyos. Como si nada hubiese sucedido.


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