Capitulo 5

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CAPITULO 5

Cuando regresó a la habitación de Santana, Brittany se sentó al lado de la ventana y permitió que su mente vagara. Le resultaba difícil identificar al hombre despiadado que conocía con la actitud amable que mostraba hacia su madre y su hermana. ¿Sería ella la que sacaba lo peor de él?

Estaba oscureciendo. Brittany miró por la estrecha ventana hacia las montañas que se alzaban en la distancia. Cuánto deseaba ser libre. Debería estar ahora mismo con Sam en lugar de ser prisionera del Caballero Demonio.

Un sonido hizo que Brittany girara la cabeza. Se abrió la puerta y Rachel entró en la habitación.

-Te he traído la cena, Brittany. Ven a comer. Brittany suspiró.

-Déjala ahí, Rachel. Comeré más tarde. Ahora mismo no tengo hambre.

Rachel dejó la bandeja, miró de reojo a Brittany y luego susurró: -Se están cociendo problemas.

-¿Qué clase de problemas?

-Los miembros de nuestro clan están enfadados con su señoría por tratarte mal.

-Dulce Virgen María -dijo Brittany con un tembloroso suspiro-. No quiero que haya un derramamiento de sangre por mi culpa. Debes decirle a nuestra gente que no me han tratado mal, que estoy bien y que me las arreglo.

-Se lo diré -dijo Rachel con voz susurrada. La conversación terminó de forma brusca cuando lady Quinn llamó a la puerta y luego asomó la cabeza.

-Ah, estás aquí, señorita Rachel. Te buscan abajo.

-Intentaré volver más tarde -murmuró Rachel.

Brittany se olvidó por completo de la cena y recorrió arriba y abajo la habitación, inquieta. Ya se había derramado suficiente sangre en Culloden como para toda una vida, y confiaba en que los miembros de su clan se dieran cuenta de que no contaban con armas ni con hombres como para lanzarse a la rebelión. No quería que ninguno de los suyos resultara herido por su culpa.

Rachel no consiguió volver aquella noche a su habitación, así que Brittany se metió en la cama, pero le costó trabajo dormirse.

Santana se despertó al alba y echó a un lado la manta, estremeciéndose con el frío de la mañana. Se preguntó por qué los barracones eran tan fríos y pensó con afecto en la confortable habitación a la que había renunciado a favor de su provocativa prisionera.

Apartando de sí los pensamientos de Brittany, Santana se quedó mirando la fría chimenea y frunció el ceño. Normalmente uno de los sirvientes llegaba temprano y encendía un fuego en el hogar, pero por alguna razón, nadie había llevado a cabo aquella tarea esa mañana. Santana había aprendido a fiarse de su instinto, y ahora le decía que algo iba mal.

Vistiéndose rápidamente, Santana salió de los barracones para solucionar cualquier problema que hubiera podido surgir. Entró en el salón y deslizó la mirada por la estancia vacía antes de posada en el frío hogar. ¿Dónde estaba el alegre fuego que normalmente calentaba la espaciosa habitación? ¿Dónde estaba el sonido de las voces que habitualmente se escuchaban a aquella hora de la mañana? El aire no llevaba ningún aroma a comida, no se oía el estruendo de las ollas y las sartenes en la cocina. Prevalecía un silencio que no presagiaba nada bueno. Santana cruzó a grandes zancadas el pasadizo hacia la cocina con enorme curiosidad. Estaba vacía. No se estaba preparando la comida para los hombres hambrientos que pronto ocuparían las mesas de caballete para desayunar.

Santana se dio la vuelta y regresó al salón. Los tacones de sus botas resonaron huecos por el suelo de losa. Los hombres habían empezado a llegar al salón en busca de comida y cerveza, y Santana se preguntó con qué diablos se iban a alimentar aquellos hombres.

El Sabor del Deseo (ADAPTACION BRITTANA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora