Diana es invitada a tomar el té con trágicos resultados

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Octubre fue un mes hermoso en «Tejas Verdes» donde los abedules de la hondonada se tornaron tan dorados como el sol y los arces del huerto se cubrieron de un magnífico escarlata; los cerezos silvestres del sendero vistieron sus más hermosos tonos rojo oscuro y verde broncíneo, mientras en los campos comenzó la siega. Ana soñaba en aquel mundo de colores.

—Oh, Marilla —exclamó un sábado por la mañana, al llegar con los brazos llenos de preciosas ramas—, estoy tan contenta de vivir en un mundo donde hay octubres. Sería terrible que tuviéramos que pasar de septiembre a noviembre, ¿no es así? Mire esas ramas de arce. ¿No la hacen estremecer? Voy a decorar mi habitación con ellas.

—Son molestas —dijo Marilla, cuyo sentido estético no estaba muy desarrollado—. Llenas la habitación con demasiadas cosas campestres, Ana, los dormitorios se han hecho nada más que para dormir.

—Y para soñar también, Marilla. Y bien sabe que se puede soñar mejor en una habitación llena de cosas bonitas. Voy a poner estas ramas en el florero azul y lo colocaré sobre mi mesa.

—Ten cuidado de no dejar hojas en las escaleras. Esta tarde voy a la reunión de la Sociedad de Ayuda en Carmody, Ana, y es probable que no regrese hasta la noche. Tendrás que preparar la merienda para Matthew y Jerry, de manera que no te olvides de poner el agua para el té, como hiciste la última vez.

—Hice muy mal en olvidarme —dijo Ana disculpándose—, pero ocurrió en la tarde que estaba pensando un nombre para Violeta Vale y se me fue el santo al cielo. Matthew fue muy bueno; nunca me regañó por ello. Él mismo hizo el té y dijo que podría esperar. Y mientras esperábamos, le conté un hermoso cuento de hadas, de modo que el tiempo no se hizo nada largo. Fue un cuento hermoso, Marilla. Me había olvidado del final, de manera que tuve que inventar uno, pero Matthew dijo que no se había notado.

—Matthew sería capaz de encontrar bien que le sirvieras el almuerzo a medianoche. Pero esta vez debes hacer las cosas como es debido. Y aunque no sé si hago bien, pues quizá te vuelva más descuidada que de costumbre, puedes pedirle a Diana que venga a pasar la tarde contigo.

—¡Oh, Marilla! —Ana golpeó sus manos—. ¡Qué bien! Después de todo, usted es capaz de imaginar cosas, pues de lo contrario no hubiera comprendido cuánto lo he ansiado. Será tan bonito y tan de persona mayor. No hay temor de que me olvide de poner el té si tengo una invitada; Marilla, ¿puedo sacar el juego de té floreado?

—¡No! ¡El juego de té floreado! ¿Y luego, qué? Bien sabes que nunca lo empleo, excepto para el pastor o la Sociedad de Ayuda. Usarás el juego marrón. Pero puedes abrir el pequeño frasco amarillo de cerezas en almíbar. Es hora de gastarlo; temo que se esté echando a perder. Y puedes cortar algo de la torta de frutas y comer algunos bollitos.

—Me imagino sentada a la cabecera de la mesa, sirviendo el té —dijo Ana, cerrando extasiada los ojos—. ¡Y preguntándole si quiere azúcar! Sé que no le gusta, pero sin embargo se lo preguntaré como si no lo supiera. Y luego rogándola que tome otra porción de torta y de confitura. Oh, Marilla, el solo hecho de pensar en ello produce una hermosa sensación. ¿Puedo llevarla a la sala de huéspedes a que deje su sombrero cuando venga, y luego pasar a charlar a la sala?

—No. El cuarto de estar será bastante. Pero tienes una botella de licor de frambuesas a medio vaciar que quedó de la reunión en la iglesia de la otra noche. Está en el segundo estante del armario del cuarto de estar. Y además unos bollitos para comer durante la tarde, pues temo que Matthew llegue con retraso al té, ya que está embarcando patatas.

Ana voló por la hondonada, cruzó la Burbuja de la Dríada y subió el camino de los abetos hasta «La Cuesta del Huerto» para pedirle a Diana que fuera a tomar el té. Como resultado, poco después de que Marilla partiera hacia Carmody, Diana llegó, vestida con casi su mejor vestido y con el aspecto típico de quien ha sido invitada a tomar té. En otras circunstancias hubiera entrado en la cocina sin llamar, pero esta vez golpeó ceremoniosamente con el llamador de la puerta principal. Y cuando Ana, vestida con sus mejores ropas, abrió la puerta ceremoniosamente, se estrecharon las manos con tanta vaguedad como si no se hubieran visto antes. Esta solemnidad poco natural duró hasta que Diana fue conducida a la buhardilla para que dejara su sombrero y luego acompañada al cuarto de estar.

Ana la de Tejas VerdesWhere stories live. Discover now