Ana sufre por una cuestión de honor

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Un mes después del episodio del pastel con linimento, era tiempo de que Ana cometiera pequeños errores, nuevas equivocaciones tales como poner distraídamente una cacerola de leche desnatada dentro de una cesta de ovillos de hilo en la despensa en vez de en el cubo de los cerdos; y caminar inocentemente sobre el borde del largo puente abstraída en sus sueños.

Diana dio una fiesta una semana después del té en la rectoría.

—Un grupo pequeño y selecto —le aseguró Ana a Marilla—. Sólo las niñas de nuestra clase.

Lo pasaron muy bien, y no ocurrió nada enojoso hasta después del té, cuando se encontraron en el jardín de los Barry, un poco cansadas de todos sus juegos y prontas a cualquier travesura que se presentara. Repentinamente ésta tomó forma en el «desafío».

El «desafío» era un juego muy de moda entre la chiquillería de Avonlea. Había comenzado entre los muchachos y pronto se extendió hasta las niñas; las tonterías que sucedieron aquel verano en Avonlea porque los actores se «desafiaron» a hacerlas podrían llenar un libro.

Para comenzar, Carne Sloane retó a Ruby Gillis a que subiera a una cierta altura en el inmenso sauce del frente, lo que Ruby Gillis, aunque con un miedo horrible por los gordos y verdes gusanos que se decía infestaban el árbol y teniendo presente lo que diría su madre si rompía su vestido nuevo de muselina, cumplió ágilmente para derrota de la ya nombrada Carne Sloane. Luego Josie Pye desafió a Jane Andrews a que recorriera el jardín a la pata coja. Jane trató alegremente de hacerlo, pero se detuvo en la tercera esquina y tuvo que declararse vencida.

El triunfo de Josie Pye fue más aclamado de lo que permitía el buen gusto. Ana Shirley la desafió a que caminara a lo largo de la parte superior de la valla que limitaba el jardín por el este. Ahora bien, «caminar» por el borde de una cerca requiere más destreza y estabilidad de las que le parecían necesarias a quien nunca lo ha intentado. Pero Josie Pye, si bien le faltaban otras cualidades que hubieran contribuido a hacerla popular, tenía, por lo menos, una facilidad natural e innata, debidamente cultivada, para caminar sobre vallas. Josie caminó sobre la valla de los Barry con un aire de indiferencia que parecía significar que una cosita así no merecía ser un «desafío». Su hazaña fue recibida con renuente admiración; la mayoría de las niñas podían apreciarla dados los inconvenientes que sufrieran al intentar la hazaña. Josie descendió sonrojada por la satisfacción y dirigió a Ana una desafiante mirada.

Ana sacudió sus trenzas rojas.

—No creo que sea algo tan maravilloso el caminar por una pequeña valla baja —dijo—. Yo conocía una niña en Marysville que podía caminar por la cresta de un tejado.

—No lo creo —dijo Josie llanamente—. No creo que nadie pueda hacerlo. Al menos, tú no puedes.

—¿Que no puedo? —gritó Ana temerariamente.

—Entonces te reto a que lo hagas —dijo Josie desafiante—. Te desafío a que subas al techo de la cocina del señor Barry y a que andes por la cresta del tejado.

Ana palideció, pero había un solo camino que tomar. Se dirigió hacia la casa y vio una escalera apoyada contra el techo de la cocina. Todas sus compañeras de clase exclamaron: «¡Oh!», en parte excitadas, en parte asustadas.

—No lo hagas, Ana —imploró Diana—. Puedes caer y morirte. Qué importa Josie Pye. No es justo desafiar a alguien a hacer algo tan peligroso.

—Debo hacerlo. Está en juego mi honor —dijo Ana solemnemente—. Lo haré, Diana, o pereceré en el intento. Si muero, quédate con mi anillo de perla.

Ana subió por la escalera en medio de un profundo silencio y comenzó a caminar por la cresta con la plena conciencia de que se hallaba muy alta sobre el mundo y de que la imaginación no resulta de gran ayuda para caminar por un tejado. No obstante, se las arregló para dar unos cuantos pasos antes de que sobreviniera la catástrofe. Se tambaleó, perdió el equilibrio, tropezó, vaciló, resbaló por el tejado y cayó a través de las enredaderas, todo antes de que el espantado círculo que se hallaba debajo dejara escapar un simultáneo y aterrorizado chillido. Si Ana se hubiera caído por el mismo lado por el que ascendiera, probablemente Diana hubiera heredado el anillo de perla en aquel mismo instante. Afortunadamente cayó por el otro lado, donde el tejado se extendía bajando sobre el porche hasta tan cerca del suelo que una caída allí resultaba mucho menos peligrosa. Sin embargo, cuando Diana y las demás niñas llegaron corriendo al otro lado de la casa (con excepción de Ruby Gillis, que se quedó como pegada al suelo gritando histéricamente), hallaron a Ana yaciendo pálida y medio desmayada entre las ruinas de la enredadera.

Ana la de Tejas VerdesWhere stories live. Discover now