La gloria y el sueño

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La mañana en que serían colocados los resultados de todos los exámenes en los tableros de informes de la Academia, Ana y Jane caminaban juntas por la calle. Jane estaba feliz y sonriente; los exámenes habían pasado y estaba casi segura de haber aprobado. Su mente no se hallaba turbada por otras consideraciones; no tenía más ambiciones y, consecuentemente, no se sentía inquieta. En este mundo pagamos un precio por todo cuanto conseguimos y, aunque vale la pena tener ambiciones, éstas no se alcanzan con facilidad, sino que exigen su precio en trabajo, abnegación, ansiedad y descorazonamiento. Ana estaba pálida y callada; dentro de diez minutos sabría quién había ganado la medalla y quién la beca. En aquel instante parecía no haber nada más allá de esos diez minutos.

—Seguro que ganarás una de las dos cosas —dijo Jane, que no podía entender que el cuerpo de profesores pudiera ser tan poco leal para disponer otra cosa.

—No tengo esperanzas de ganar la beca —dijo Ana—. Todos dicen que Emily Clay la ganará. Y no voy a ir hasta el tablero a mirar antes que nadie. No tengo valor para ello. Voy directamente a la sala de espera de las chicas. Tú debes leer los anuncios y venir a decírmelo, Jane. Y te imploro, en nombre de nuestra antigua amistad, que lo hagas con prontitud. Si he fracasado, dímelo, sin tratar de endulzar la noticia y, pase lo que pase, no te compadezcas de mí. Prométemelo, Jane.

Jane así lo hizo pero, tal como ocurrieron las cosas, no hubo necesidad de tal promesa. Cuando llegaron al umbral de la Academia, encontraron el salón lleno de chicos que llevaban en andas a Gilbert Blythe y que gritaban a todo pulmón:

—¡Viva Blythe, ganador de la medalla!

Por un instante, Ana sintió la amargura de la derrota y la desilusión. ¡De manera que ella había fracasado y Gilbert había ganado! Bueno, lo sentía por Matthew, que estaba seguro de su triunfo.

De repente alguien gritó:

—¡Tres hurras por la señorita Shirley, ganadora de la beca!

—¡Oh, Ana! —tartamudeó Jane, mientras corría a la sala de espera, entre gritos—. ¡Oh, Ana, estoy tan orgullosa! ¿No es maravilloso?

Y entonces las muchachas la rodearon y Ana fue el centro de un grupo risueño y feliz. Le palmearon los hombros y le estrecharon vigorosamente las manos. Entre empujones y apretones, se las arregló para decir a Jane:

—¡Oh, Marilla y Matthew se alegrarán tanto! Debo transmitirles inmediatamente la noticia.

La distribución de diplomas fue el siguiente acontecimiento importante. Se llevó a cabo en el gran salón de honor de la Academia. Se pronunciaron discursos, se leyeron ensayos, se cantaron canciones y se entregaron públicamente las recompensas, los diplomas y las medallas.

Marilla y Matthew estuvieron allí, con ojos y oídos sólo para una estudiante: una alta muchacha de traje verde pálido, de mejillas suavemente coloreadas y ojos rutilantes, que leyó el mejor ensayo y que fue señalada como ganadora de la beca Avery.

—Supongo que estarás contenta de que nos hayamos quedado con ella, Marilla —murmuró Matthew, hablando por vez primera desde que entró en el salón.

—No es la primera vez que lo estoy —respondió Marilla—. Parece que te gusta refregar las cosas, Matthew Cuthbert.

La señorita Barry, que estaba sentada tras ellos, se inclinó hacia delante y tocó a Marilla en la espalda con su parasol.

—¿No están orgullosos de Ana? Yo sí —dijo.

Ana regresó a Avonlea aquella tarde con Matthew y Marilla.

No había estado allí desde abril y sentía que no podía esperar un día más. Los capullos de manzano estaban rompiendo y el mundo era fresco y joven. Diana la esperaba en «Tejas Verdes». Marilla había plantado un rosal en flor en el alféizar; Ana miró en torno y suspiró profundamente.

Ana la de Tejas VerdesOù les histoires vivent. Découvrez maintenant