SUNA

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Sakura siguió observando al ninja, esa cicatriz en el ojo izquierdo, era la única visible; y aunque normalmente la ausencia o presencia de cicatrices no era un indicador del talento, en el caso de su sensei era la reafirmación de sus múltiples habilidades. Era como una evidencia de lo difícil que resultaba acercarse y herirlo. Siempre la había impresionado, era como estar con una auténtica celebridad del mundo ninja. Le impresionaba cuando alguien lo reconocía fuera de Konoha y se llenaba de orgullo por haber sido entrenada por él. Lo admiraba más de lo que era capaz de admitir, nunca se lo había dicho.

En ese momento no sentía exactamente orgullo, sino algo más intenso. Ahora que lo veía recostado, tenía una enorme curiosidad por saber sobre su pasado, cómo era cuando entró a la Academia Ninja, su carácter, personalidad, el comportamiento fuera de la vida ninja. Era tan prudente y cuidadoso que debió ser siempre de la misma forma.

No se había puesto a pensar en él más allá de lo profesional, pero ahora que lo veía sin máscara la sensación era completamente diferente, era como pensar en el hombre y no en el ninja. El deseo de conocerlo de una forma más íntima, más personal era tan fuerte como ver su rostro completo. Demasiado tentadora esa idea. No podía creer que antes no notara lo atractivo que era, quizá porque no hubo alguna oportunidad para hacerlo, porque durante las misiones no podía verlo como otra cosa que como su sensei, protector y habilidoso. Ahora que lo tenía recostado en su cama, sin camisa, las ideas que le pasaban por la cabeza eran muy diferentes.

Deseaba concentrarse en otra cosa, recordar que no era cualquier hombre el que dormía a su lado, que las barreras que los separaba, o que nunca los habían juntado, no disminuían sólo porque ahora estaban tan cerca. Una de sus manos tocó la espalda del ninja que no mostró señales de despertar, recorrió su piel que seguía tibia por el masaje.

El perfil del rostro que alcanzaba a ver le mostraba algo tan distinto a lo que estaba acostumbrada. Era un hombre diferente, o eso le parecía a ella, por un instante se olvidó de que se trataba de su sensei.

Cerró las cortinas, usualmente también corría las ventanas, pero esa noche no tenía tanto frío. Tomó una manta y cubrió a su sensei para después recostarse a su lado. No tardó en distinguir el calor que emanaba del cuerpo a su lado, el perfume también. Detalles que nunca notó, ahora eran obvios.

Había algo preocupante en las ideas que le cruzaban por la mente, el deseo de seguir tocando su piel, de que esos brazos fuertes la rodearan y que sus pulmones se inundaran del aroma del ninja. Esos pensamientos estaban surgiendo en plena noche, pero esa atracción, porque era atracción, se extinguiría cuando los primeros rayos de sol aparecieran.

Kakashi despertó perezosamente. No olvidaba dónde ni con quién estaba, así que cuando un perfume extraño invadió sus pulmones, supo inmediatamente quién era la responsable. Su alumna estaba acostada a su lado, su melenita rosa estaba regada por toda la almohada y cubría su rostro. Ambos estaban completamente cubiertos por las sábanas, por lo que le era imposible ver el cuerpo de Sakura, aunque eso no evitaba que una fantasía matutina rondara por su cabeza.

El masaje de la noche anterior había sido sumamente placentero, sentir las manos de la joven por su espalda, sus piernas en su cadera, su cuerpo sobre el suyo... le ocasionó un cosquilleo que recorrió todo su cuerpo, fue tan difícil contener algunos jadeos que cuando salieron de su garganta se ahogaron en la almohada. Pensó que ahora que había amanecido, recapacitaría, pero no, incluso con los rayos de sol las secuelas de la excitación del masaje seguían presentes.

El calor que compartían era tan cómodo que no quería moverse y prefería seguir durmiendo sin averiguar qué tan tarde era. Sin embargo, sí se movió, y lo hizo para retirar algunos mechones rosados y ver el rostro de su alumna.

LOS CAMINOS A TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora