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Gritos.

Eso era lo que sentía dentro de su cabeza.

Gritos constantes, imposibles de silenciar. Dolorosos y agonizantes gritos.

Se revolvió nerviosa en la cama, todavía sumida en ese extraña pesadilla que la atormentaba una noche más. Se sentía dentro de una profunda oscuridad de la que sólo era capaz de salir si despertaba.

"Morgana"

El sonido de una voz pronunciando su nombre llamó su atención. Los gritos se silenciaron durante unos segundos.

"Morgana vuelve"

La chica empezó a negar, tratando de resistirse a esa llamada.

"Vuelve"

La voz era atrayente, suave. Su cuerpo le pedía obedecer a esa voz, pero su mente trataba de mantenerla a raya.

"Te necesitamos"

Los gritos llegaron de nuevo y segundos más tarde despertó de golpe. Abrió los ojos con sorpresa y no tardó en incorporarse en la cama para coger una gran bocanada de aire. Sintió su respiración más acelerada de lo normal, y se obligó a sí misma a tranquilizarse. Aunque ya era demasiado tarde.

Cuando miró a su alrededor comprobó que toda la habitación estaba llena de enredaderas. Suspiró. Salió de la cama con cuidado, pues sentía todo su cuerpo tembloroso, y caminó hacia el espejo que tenía en el centro. Lo que vio en el reflejo no le sorprendió.

Ella era misma, pero con algo muy particular a sus espaldas: un par de alas prácticamente translúcidas, brillantes y grandes. Poderosas. Apartó la vista unos segundos. Dieciséis años hacía que no se transformaba, y tenía que suceder justo en ese momento. Frotó sus ojos con fuerza, como si se tratara de convencer de que eso no era más que una broma de mal gusto.

Finalmente se concentró en ella misma y, tras cerrar los ojos unos segundos, cuando los volvió a abrir tanto las alas como las enredaderas habían desaparecido.

Llevaba semanas sufriendo la misma pesadilla, noche sí y noche también. Los gritos eran realmente insoportables y provocaban que, todas las noches, se levantase con el cuerpo bañado en un sudor frío que la incomodaba notablemente.

Quiso ignorar todas esas advertencias al principio, pero supo que ya no podía seguir haciéndola. Sabía que la voz que había sonado en su cabeza, aquella que la llamaba con tanta insistencia, era la voz de Alfea. Podía sentirlo. Podía sentir como la escuela, como el mundo mágico la llamaba de nuevo. Y sabía perfectamente que Farah estaba detrás de todo ello.

Sacudió la cabeza mientras caminaba hacia el armario y cogía un par de prendas aleatorias. El gusto por la moda y la ropa combinaba nunca había sido lo suyo, por eso siempre se ponía lo primero que encontraba en el armario, sin importar si eso iba a conjunto o no. Cuando estuvo lista se situó de nuevo frente al espejo. Admiró su reflejo una última vez antes de cerrar los ojos y concentrarse.

Cuando los volvió a abrir, se encontró en Alfea. Concretamente en el despacho de la directora, Farah, que se encontraba frente a ella mirándola con los ojos muy abiertos debido a la sorpresa de verla aparecer de golpe.

- ¿Se puede saber porque narices Alfea me llama? – preguntó la morena, sin darle tiempo a la mujer a abrir la boca para responder. Caminó hasta la mesa en la que se encontraba y apoyó ambas manos sobre la superficie de la misma para inclinarse en su dirección.

- ¿Qué haces aquí? – preguntó la directora tras unos segundos.

- ¿Tú qué crees que hago aquí? – se cruzó de brazos, mirándola con una ceja encarnada – Me acabo de despertar después de que las voces de tu escuela se metieran en mi cabeza.

Morgana [Saul Silva]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora