4. Depresión subyacente, guacamole y cerveza fría.

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DEPRESIÓN SUBYACENTE (CONG, FEBRERO 2027)

Es un verdadero milagro pero Luis lo consigue. Con una excusa rápida sobre la necesidad de llevar a Olivia al colegio, se deshace de Aitana, mete a Olivia en el coche y esquiva la curiosidad de la señora Dingle. 

Pero en el corto trayecto en coche hasta el colegio, es incapaz de sacarse de dejar de pensar en la visita de Aitana. 

No se le ocurre, por más que se devana los sesos, cual puede ser el motivo. 

Como sigue dándole vueltas mientras se despide de Oli, es capaz de ignorar la mirada de censura de la profesora de su hija cuando la ve aparecer con su curiosa elección de vestuario para celebrar el día de San Valentín. 

A la señora no le es simpático y no hace un gran esfuerzo para disimularlo. 

A Muriel, en cambio, se le daba de fábula tratar con ella. Sonreía hasta que le dolían los carrllos, soltaba un par de perlas sobre educación libre envueltas en halagos y desaparecía en una nube de patchouli antes de que la vieja bruja tuviera tiempo que formular una respuesta coherente. 

Pero Luis no es Muriel y hasta su muerte, había ido un número contado de veces al colegio de su hija. 

No es que nunca haya sido un padre ausente, simplemente habían estado de acuerdo en que Luis no habría podido quedarse callado en las reuniones con la profesora y preferían que a Olivia no la expulsaran del colegio hasta que lo consiguiese por méritos propios. 

Todo había sido más fácil con Muriel. 

Respirar para empezar. 

Desde que no está, Luis tiene la sensación de ir por la vida siempre con ropa mojada. 

Incómodo, destemplado y a punto de caer enfermo. 

Pero desgraciadamente no puede hacer lo único que le apetece desde hace catorce meses que es meterse debajo de un edredón y esconderse del mundo, porque tiene que pensar en Olivia y en Oscar. 

Está convencido de que ha conseguido fingir una suerte de normalidad en la que se arrastra fuera de la cama por las mañana, interpreta el papel de padre hasta la hora del colegio, intenta recordar como se hace su trabajo y retrasa todo lo posible la hora de volve a casa con esa excusa.  Después cuando sus hijos están en la cama, cuando todas las paredes se le caen encima, bebe. No mucho. Nunca demasiado. Lo justo para volver a fingir a la mañana siguiente. 

No sabe si ha logrado engañar al mundo. A la profesora, a su familia, a la madre de Muriel, siempre al acecho. 

Pero sabe que no ha conseguido engañar a Olivia que recuerda como eran sus vidas antes de que su madre faltase. 

Solo Oscar es demasiado pequeño para recordar lo que se pierde. Una madre increible. Un padre que solía saber como sonrerír. 

Y ahora, de repente, Aitana está en su pueblo, en su puerta y en su cocina, preparada para mandar a la mierda su delicado castillo de naipes. 

Mientras aparca el coche delante de la oficina, Luis piensa que el motivo de su visita, en realidad, no importa, por más que no se le ocurra una explicación lógica para su presencia. 

En su mejor momento no es capaz de actua de forma cuerda cuando ella está cerca. 

En su estado actual es probable que acabe corriendo desnudo por la calle principal. 

No puede permitir que aparezca y descubra al desecho humano detrás la cortina. Tiene que seguir fingiendo que es normal. 

Así que, la única solución que se le ocurre, aunque probablemente no sea la más inteligente, es ignorarla. 

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