20. Camareras deslenguadas y Regalos de Cumpleaños.

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CAMARERAS DESLENGUADAS (Cong, 2027)

Luis no piensa en Aitana cuando se despierta a la mañana siguiente en el hotel.

Es decir, no es su primer pensamiento, porque tiene un pie de Oscar metido en la boca y porque, como desde hace catorce meses, su primer pensamiento es para Muriel.

En todo caso es el tercer o el cuarto pensamiento.

Pero piensa en ella de una forma serena, sin grandes dramas, porque siente que por primera vez en toda su torturada y complicada historia, han logrado despedirse de una forma razonablemente sana.

Así que se levanta, ayuda a sus hijos a vestirse, desayuna y prepara las maletas, carga el equipaje y los niños en el coche y no piensa en Aitana.

Conduce hasta Sandycove y canta, por enésima vez, la maldita canción del tiburón. Se bañan en la playa y hacen castillos en la arena y solo cuando Oscar le trae una piedra redonda y oscura le viene a la memoria el lunar que Aitana tiene en la barbilla.

Pero es normal que piense en ello, después de todo hace no tantas horas lo recorrió un par de veces con la punta de la lengua de camino hacia su ombligo.

Se guarda la piedra en el bolsillo del bañador y se obliga a apartarla de su pensamiento y no vuelve a pensar en ella hasta un par de semanas después.

(Quizás se le aparezca un par de veces en sueños pero como no tiene control sobre eso decide ignorarlo).

De vuelta a Cong contrata a Leonidas, Leo, un joven griego que se costea sus viajes por Europa trabajando de vez en cuando como camarero.

Lenora pone los ojos en blanco, afirma que no necesitan a gente que este solo de paso por allí y que tres personas cuyo nombre empieza por L tirando cañas raya en la estupidez suprema.

Pero Luis, en un raro arranque de intuición sospecha que las reticencias de Lenora tienen más que ver con la forma en que se sonroja cuando Leonidas le sonríe y decide contratarle de todas formas.

También aquel día, por alguna razón, piensa en Aitana.

Consigue hacer diseños nuevos.

También le saca el polvo a la guitarra que llevaba meses guardada en el ático.

Escribe sobre Muriel, sobre la pérdida y también sobre los momentos felices. Escribe sobre los primeros pasos de Oscar y sobre los horribles intentos de bailar claqué de Olivia.

Pero a finales de abril cuando no deja de llover, escribe sobre saltar en los charcos, sobre norias y sobre hoyuelos en una barbilla a la que no se atreve a ponerle nombre.

Tampoco es que tenga mucha importancia. Uno puede escribir sobre experiencias pasadas y no significa que no las haya superado.

Simplemente es posible encontrar inspiración en un millón de pequeñas cosas.

Pero un día, a principios de Mayo, en medio en medio de una videoconferencia se sorprende acariciando el lugar de su tobillo donde una tatuadora de Las Vegas dejó su impronta y no puede evitar pensar en el corazón y el trebol pintados sobre las caderas de Aitana.

La reacción en su propio cuerpo es inmediata y justo después llega la culpa.

En ese momento decide que ha llegado el momento de visitar un lugar en el que no ha estado antes.

Nunca le han gustado los cementerios.

Como cualquier chaval educado en un colegio religioso, le resulta dificil desechar cualquier noción sobre la existencia de la vida después de la muerte.

En las pequeñas cosasWhere stories live. Discover now