Capítulo 6

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Regan se desplazó bajo el agua caliente de la ducha y permaneció unos cuantos minutos quieta. Las gotas se le deslizaban por la piel, la que ya no se hallaba gélida, no por el baño que se daba, sino por efecto de los brazos de ese hombre que la habían aferrado contra su torso. Se refregó con la esponja enjabonada cada centímetro del cuerpo y la sensación de hormigueo no se evaporaba. Un ardor desconocido se le había instalado dentro con una intensidad que le era inaudita.

En la mente, se llamó de diversas formas poco halagadoras. Estaba enfadada con ella, esa noche había terminado la relación con su novio y ya deseaba a otro hombre. ¿No debería llorar un poco? Al menos pasar por una etapa de duelo por lo perdido, ¿cierto? Sin embargo, el rostro de Jonathan se desvanecía y el que tomaba su lugar no era otro que el del mecánico.

Cerró el grifo y descorrió la cortina de la ducha. Se envolvió en una toalla y se aproximó al lavabo. Pasó la mano por el espejo empañado para poder contemplar el reflejo. Tenía una apariencia horrible y se sentía aún peor. La palidez le acentuaba las manchas oscuras alrededor de unos ojos tan enormes que se comían el rostro entero. Suspiró, estaba demasiado cansada y tenía las energías al límite de agotársele. Se inclinó para enrollarse una toalla alrededor del cabello húmedo y regresó a la habitación.



Se quedó atónito con una taza en cada mano en cuanto la vio en la entrada de la cocina. Una sonrisa se le dibujó en el rostro y no tuvo ni siquiera intención de reprimirla. Ella se veía ridícula, juvenil y tierna con un sweater de un celeste descolorido tan ancho que escondía la escasez de curvas de su figura y el pantalón de pijama a cuadros rojos y amarillos. No obstante, nunca le había parecido más hermosa con el cabello aún húmedo, ondeado y revuelto que le arribaba a mitad de los antebrazos y el rostro estaba teñido de un rosado sutil, suponía que producto del agua caliente de la ducha que acababa de darse. Imágenes de gotas que recorrían cada tramo de la piel femenina se le aventuraron en la mente y un ardor sin igual lo golpeó tan de repente que tuvo que apoyar la cadera en la mesada de granito para no tambalearse. La excitación fue tan intensa e inmediata que poco pudo controlarla.

—Ten —dijo un tanto brusco mientras le tendía una taza humeante que ella agarró en silencio.

Volvió a realizar un paneo por la joven para distraerse de los pequeños sorbos que le daba a la bebida caliente, algo que se le antojó lo más erótico que había contemplado en su vida. Cuando llegó a los dedos de los pies que se dejaban ver debajo de la botamanga amplia del pantalón del pijama, reprimió un gemido. Ella tenía las uñas pintadas de naranja y, sin comprender la razón, esa visión fue demasiado para su paz mental. Una erección le punzó en la entrepierna de forma instantánea y se giró para no dejarse en evidencia con la excusa de observar el paisaje al jardín trasero al que daba la ventana sobre el lavabo.

—Deberías ponerte unos calcetines —sugirió con voz ronca.

—¿Qué?

—No deberías ir descalza. —La observó por encima del hombro—. Aunque aquí no haga frío, el suelo debe estarlo. —Ella bajó la mirada a los pies y él se percató de que estaba un poco atontada. Se acercó los pasos que los separaban y le puso una palma sobre la frente y, en vez de retirarse ante el contacto, ella cerró los ojos y se acercó aún más—. Tienes temperatura elevada, cariño, deberías tomar una aspirina o algo para bajarla. —Ella asintió en respuesta, pero no hizo ni un ademán por apartarse de donde estaba. Travis podría haber aprovechado la oportunidad de tenerla casi caída contra él, pero la preocupación ganó la partida. Quitó la mano y se aclaró la garganta—. No encontré nada para comer en el refrigerador ni en las alacenas. Ordené una pizza que estará por llegar en cualquier momento.

Ella asintió aún sin decir nada lo que lo alarmó aún más, dado su vicio a tener la última palabra.

Enrolló un dedo en uno de sus mechones rizados por impulso y casi ronroneó ante la sedosidad del cabello. Cuando ella apartó los labios para dejar salir un largo suspiro, el corazón de Travis se desbocó.

—Hey, cariño. —La tomó de la barbilla y la obligó a conectar la mirada parda con la suya— Todo estará bien. —Los ojos de ella se empañaron, pero tenía que concederle que no dejó que ni una de las lágrimas se derramara—. Estás mejor sin ese idiota. Ningún hombre que se precie haría lo que él, lo comprendes, ¿cierto?

Ella se soltó del agarre y se escondió tras la taza de la que dio un nuevo sorbo mientras se dirigía hacia el living. Travis fue tras sus pasos.

—Ganas bien, ¿cierto? —preguntó la joven al sentarse en el sofá—. Como acompañante, me refiero. Las ropas, el reloj, el coche... —hizo un ademán con la mano desde arriba debajo de la figura de Travis—. ¿Acaso el vehículo era el mismo en el que trabajabas el otro día? —Travis podía escuchar los engranajes del cerebro femenino dar vueltas y vueltas hasta que ella soltó con indignación—: ¿Usas los automóviles de los clientes que los dejan para reparar? No les harás algo para que se estropeen de nuevo, ¿o sí? ¿Por eso el mío volvió a quedarse?

Ella se sentó en el sofá y acomodó las piernas sobre este y bajo su cuerpo.

—Me descubriste —bromeó al dejarse caer junto a ella. Le burbujeaba una carcajada en la garganta ante la imaginación efervescente de la joven—. Y sí, se gana muy bien.

Terminaron de beber el té sin hablarse siquiera. Ella estaba bastante adormilada con los párpados a media asta y la nuca apoyada en el respaldo del asiento.

El timbre sonó y la joven se sobresaltó.

—Tranquila —le dijo al tiempo que le presionaba una rodilla con la mano—. Debe ser la pizza. Yo abro.

Travis recibió al repartidor y cuando regresó la encontró acurrucada con las rodillas contra el pecho hacia un extremo del sofá.

Emplazó la caja sobre la mesa baja y se sentó bien cerca de la mujer. Sacó una porción de pizza y se la tendió así, sin platos ni servilleta. Esperaba que ella objetara en algo, pero lo sorprendió al tomarla sin emitir palabra.

Comieron en un silencio que bien podría haber sido incómodo, pero para su asombro, resultó bastante agradable. Travis se ocupó en contemplar la forma en que se alimentaba, como un pajarito que picoteaba un pedacito por vez. Suponía que esa era la razón de la extrema delgadez de la joven. Apenas terminó la única porción que él le entregó y, cuando volteó a verla, la halló con los ojos cerrados y profundamente dormida.

Le acomodó un par de mechones de la frente hacia los costados y sonrió. Sabía que ese estado no duraría mucho y la pequeña estirada retornaría de las breves vacaciones que se había tomado. Pero, mientras tanto, él disfrutaría de ese instante en el que ella se había brindado y confiado en él. 

Colores ocultosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora