Capítulo 28

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Regan metió la última prenda dentro de la maleta y cerró los ojos con fuerza como si, de esa manera, pudiera dejar de sentir. Desde hacía cuatro días había tratado de volver a apagar su corazón, pero le era imposible y, por eso, maldecía a Travis a cada segundo.

Una vez que su padre lo había arrastrado por fuera del estudio y Macduff había ido tras ellos, Luke y ella se habían quedado a solas con su madre.

El dolor en aquellos ojos celestes que no compartía con ninguno de sus hijos fue tan inmenso que a Regan se le oprimió el pecho y le quitó el aire. Esa mujer que tan grande le parecía siendo niña, en ese instante, se había convertido en pequeñita.

—Mamá...

—Yo sé que no he sido buena para ti... —lloriqueó Helen y sorbió por la nariz.

La fuerza que la mujer había demostrado al echar a Travis en defensa de su hija, se le había drenado en un suspiro.

—¿Qué? No, mamá, no es así. —A diferencia, Regan ganaba energía y sentía que la que ocultaba tras la máscara salía a la luz con cada minuto que transcurría.

—No soy la madre que quieres —sollozó Helen y Regan sintió que la sangre se le detenía en las venas, no había nada más intenso a lo que fuera tan vulnerable como al llanto de su madre.

—Lo siento, no quise mentir. Temía tanto volver a herirte...

—Que lo hiciste aún más profundo que si hubieras dicho la verdad.

—No pensé con claridad, solo quería ahorrarte disgustos, y después, creí que este compromiso podría no ser falso.

—Helen, tiene que entender que su hija lo hizo por los motivos correctos —intercedió Luke al acercarse a las mujeres—, aunque el procedimiento haya sido errado.

—No la defiendas, Luke —solicitó la señora Carrington con angustia filtrándose por sus palabras—. Harías lo que fuera por ella y también tengo que arreglar contigo o, más bien, con mi hijo.

Luke se tensó, pero sacó pecho y permaneció firme frente a la madre del hombre que amaba.

—Señora, yo espero que comprenda que lo que sentimos Macduff y yo no es algo que pueda cambiarse.

Helen gruñó, pero de esa forma como hacían las damas de la nobleza salidas de una novela victoriana, de una manera delicada. Luego, dio media vuelta y se alejó.

—¿Por qué todos en esta familia no me tienen fe? —recriminó con su tono cada vez más cargado de dolor—. ¿Por qué creen que actuaré de la peor forma? ¡Mi hija no espera que la consuele por un novio que la engaña y que voy a estar más al pendiente por una fiesta que por su felicidad! ¡Mi hijo piensa que preferiré que sea infeliz al lado de una mujer que encontrar a la persona que ame para compartir la vida! ¿Qué hice mal para que me vean como un ser tan despreciable?

—No, mamá, no es así.

Regan se acercó con cautela. Su madre se alteraba más y más y le preocupaba su estado. Le habían mencionado un sinfín de veces que no se la debería someter a situaciones estresantes y esa noche lo había sido en extremo.

—¡Claro que sí! —exclamó Helen y los ojos se le pusieron en blanco al tiempo que se tambaleaba para luego derrumbarse hacia atrás.

Luke se apresuró a tomarla en los brazos justo cuando caía, por lo que no llegó a golpear el suelo. Él se acuclilló con Helen. Regan se arrodilló junto a ellos.

—¡Mamá! —gritó Regan. La sacudió un tanto para que volviera a recuperar la conciencia, pero no lo consiguió—. Luke, quédate con ella.

No esperó a que su amigo le contestara, se elevó y salió corriendo por la puerta hacia el pasillo. Se precipitó por este hasta el vestíbulo donde encontró a su padre y a su hermano.

Colores ocultosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora