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¿Por qué será que todo lo bueno dura tan poco? Demasiadas cosas ocurren en nuestro día a día que parecen eternas pero, en cuanto rozamos la comodidad, el tiempo pasa a la velocidad de la luz.

No paraba de darle vueltas a esa incógnita mientras iba camino al boticario el primer día tras las vacaciones, las cuales parecían haber transcurrido en un abrir y cerrar de ojos. Para mi gusto, me habría hecho falta una semana más.

Tampoco es que hubiese hecho algo más aparte de descansar (y con esto me refiero a dormir doce horas al día) pues pasar tiempo con mis padres era ahora, a diferencia de en mis años adolescentes, un gusto; pero mi cabeza parecía ir mal organizada y con casi tanta falta de tiempo como el conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas.

Había una idea que estaba dando vueltas por mis pensamientos y que no me veía con el valor de aclararla o meditarla, por lo que me dedicaba a echarla hacia la esquina retórica de mi cerebro. Era consciente de que era algo de lo que debía reflexionar pero por el momento no me veía con las fuerzas de ponerme a ello y, pese a que me lamentaba, el trabajo era la excusa idónea para mantenerme ocupada en otras cosas y distraerme.

Sabía que no podía hacer eso toda mi vida, pero mi modus operandi ante las encrucijadas siempre había sido evitarlas.

—¡Courtney, querida! —exclamó el señor Mulpepper nada más pasé el umbral de la puerta—. ¿Has disfrutado de tus vacaciones?

—Sí, espero que usted también.

El señor Mulpepper dio una cabezada, asintiendo, e inmediatamente después una amplia sonrisa hizo aparición en su rostro.

—Tal y como te dije, le hablé a mi sobrino Miles sobre ti —Al escucharlo, alcé las cejas por la impresión—. Fui a cenar a casa de mi hermana y de su marido el miércoles pasado y aproveché, (aunque no debí de hablar tanto porque el pollo asado estaba sequísimo y se me quedó la boca como un cartón) 

—No debería haberse molestado, de veras. Ahora mismo no estoy buscando pareja y...

—¡Pero si mi Miles es encantador! —interrumpió, juntando sus manos—. No tiene mucha experiencia con chicas, pero es muy simpático. Algún día le diré que pase a visitarnos a la tienda, ¡ya verás! Tiene todos los genes de su madre (la parte buena de la familia, obviamente, porque su padre es un tacaño), hasta tal punto que me recuerda muchísimo a mí de joven. Bueno, de cuando era más joven que ahora claro.

Justo cuando el señor Mulpepper iba a abrir de nuevo la boca para continuar con su discurso fui, literalmente, salvada por la campana cuando la que anunciaba la entrada de un cliente a la tienda comenzó a tintinear.

Esta nueva aparición nos hizo volver a poner los pies en la tierra y dejamos de lado la plática, volcándonos en el trabajo.

Como llevaba siendo costumbre, los días en los cuales mi jefe estaba conmigo en el boticario eran mucho menos pesados que cuando estaba sola pues no debía estar pendiente de todo. En adicción a esto, el señor Mulpepper parecía más vigorizado que nunca por lo que decidió atender él solo todos los pedidos entrantes encerrado en su despacho así que me carga de trabajo era menor, viéndome sola en la trastienda el resto de la tarde ordenando nueva mercancía en vistas a que no llegaba nadie para comprar presencialmente.

No era lo común que alguien se presentara, pero de todas formas mantenía el oído agudizado. Más sabiendo que la visita diaria de una persona estaba garantizada.

Aún a sabiendas de esto, me sorprendí a mí misma sintiendo una descarga recorrer mi columna vertebral cuando a última hora de la tarde escuché la llegada de alguien.

—Buenas tardes —saludé, anunciando mi presencia en la parte delantera del boticario y posicionándome tras la caja registradora.

Finalmente, la razón de que mi mente llevara todos mis días libres tan intranquila estaba justo ante mis narices vestida con una túnica de marca.

—Buenas. ¿Tenéis...?

—¡Señor Malfoy, qué agradable sorpresa! —irrumpió el señor Mulpepper como si de un huracán se tratase—. ¿Qué le trae por aquí? O más bien; ¿qué le puedo ofrecer?

Draco y yo intercambiamos miradas durante una décima de segundo.

—Puedo encargarme yo —dije—. Usted puede regresar a su despacho.

—¡No te preocupes, Clementine! Ya terminé hace un rato, se me olvidó avisarte de que podías irte ya si quieres —contestó Mulpepper, limpiándose una mancha de tinta del dorso de su mano—. El primer día tras las vacaciones es el más pesado, así que pensé que querrías descansar.

Esbocé un intento de mueca para mostrar mi gratitud, mirando por el rabillo del ojo al rubio segundos antes de que Mulpepper comenzara a atenderme y a empujarme fuera del mostrador. 

Confusa, me deshice de mi delantal y lo coloqué a un lado de la estantería donde descansaba siempre que no lo llevaba puesto sin saber muy bien cuál debía ser mi siguiente movimiento. ¿Me iba sin más? ¿Y qué pasaba con Malfoy, quién hasta la fecha me llevaba acompañando todos los días a casa?

—Hasta mañana... —murmuré, agarrando el pomo de la puerta acristalada.

—¡Descansa, Clarence! —se despidió Mulpepper—. ¡Mañana hablaremos más acerca del tema de mi sobrino!

Una vez me vi fuera de la tienda no supe qué hacer; si regresar a la posada o esperar a Malfoy. El señor Mulpepper, a juzgar por su entusiasmo antes de que saliera, parecía completamente decidido a enseñarle el inventario al completo por lo que daba la impresión que iría para largo.

Sin embargo, casi no pude ni llegar a la altura de la fachada del edificio de al lado cuando la campanita volvió a sonar a mis espaldas. Para mi sorpresa, al mirar por encima de mi hombro pude ver a Draco echando un vistazo a cada lado de la calle hasta que reparó en mi presencia y se dirigió hacia mí con una sonrisa posada sobre sus labios.

—Me he acordado de que sí que tengo hígado de dragón en casa —dijo, como si me hubiera leído la mente—. Parece que he venido para nada, pero al menos puedo llevarte.

Los dos sabíamos que últimamente sus visitas a la tienda no eran para comprar, y me temía que tras esto el señor Mulpepper también. 

—Algo es algo —respondí, fingiendo indiferencia.

El disimulo no era el fuerte de Draco, pero tampoco podía echarle nada en cara pues nunca le llegué a decir nada sobre el aviso de mi jefe respecto a nuestra amistad. No sabía nada pero yo sí me podía imaginar de una persona que al día siguiente debería dar explicaciones.

—¿Y qué es eso de su sobrino? —preguntó Draco, divertido. 

Daddy Issues❞ Draco Malfoyحيث تعيش القصص. اكتشف الآن