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La carga de responsabilidades sobre mis hombros cada vez pesaba más y lo peor es que no veía una meta, un destino en el que poder tomarme un respiro de todo de una vez por todas hasta que, tarde o temprano, vuelvan a surgir problemas. Porque no podemos evitar baches en el camino de la vida, pero la tranquilidad tras la tormenta estaba tardando mucho en aparecer para mí.

En cambio, me daba la impresión de que cada vez aparecían más nubarrones.

Estaba compitiendo en una carrera contrarreloj por el tiempo que me restaba de alquiler en la posada El Profetizador Estrellado, mirando apartamentos y comparando precios hasta altas horas de la mañana sin éxito alguno. Todos los alquileres, aunque fueran temporales, eran carísimos y no tenía ni de lejos ese presupuesto disponible ni aunque me gastara todos mis ahorros.

Supongo que la poca disponibilidad de alojamiento en el Callejón Diagon desembocaba en esa inflación tan absurda de costes, pero incluso si me planteaba vivir en otro lugar a las afueras la instalación y el mantenimiento de la Red Flu para poder ir a trabajar era un gran impedimento del cual no había reparado hasta ese momento.

Porque sí, tengo permiso para Aparecerme, pero es el método de transporte más incómodo del mundo y más de una vez he pasado el resto del día con el estómago revuelto tras hacerlo. 

Tal vez todo esto era una señal del universo para que fuera a la autoescuela y me sacara el carnet de conducir muggle.

Pero el tráfico en Londres es terrible.

Allá hacia donde mirara había desventajas y era bastante consciente que al final tendría que rendirme en algún aspecto, pero en un momento de lucidez decidí agarrarme a un clavo ardiendo. 

¿Y si le pedía un aumento al señor Mulpepper?

Era bastante baja la probabilidad de obtenerlo (teniendo en cuenta que llevaba semanas suplicándole que me diera unos cuantos días libres en julio para visitar la Mansión Malfoy) pero tampoco perdería nada por intentar convencerlo. Era un hombre muy terco y testarudo, pero tal vez si le explicaba mi situación crítica conseguiría ablandar su corazón, ¿no?

No lo creía, pero al menos tenía que intentarlo.

El día que me propuse de verdad sacar las agallas y hablar con él fue, probablemente, el menos indicado. El despacho de Mulpepper estaba hasta arriba de lechuzas trayendo cada vez más y más cartas hasta el punto que la torre de papel sobre la mesa de la oficina consiguió cubrir su figura. Había esperado que ese día ya estuviera el panorama más relajado para poder hablar más tranquilamente con él, pues había estado toda la semana agobiado con unos asuntos de sus proveedores, pero no fue posible. Así que me tocó resignarme y esperar durante todo el día a el momento indicado en el que mi jefe se viera menos irritado, si es que podía ocurrir.

Sorpresa: no lo hizo. Su estado de ánimo negativo fue el mismo en toda mi jornada laboral por lo que tuve que finalmente abordarle antes de que terminara mi turno.

—¿Señor Mulpepper? —lo llamé, golpeando suavemente con los nudillos de mis manos la superficie de la puerta del despacho—. ¿Tiene un minuto?

Mulpepper me miró por encima de sus gafas de lectura y alzó una ceja, para acto seguido volver al pergamino que estaba leyendo.

—Si vas a hablarme de nuevo sobre las vacaciones de julio, olvídate. 

—No, no es eso.

De nuevo volvió a echarme una vistazo, atreviéndome a sentarme en el sofá de terciopelo rojo que había frente a él.

—¿Qué es lo que quieres, niña? —preguntó, dejando finalmente todo lo que tenía en las manos para juntarlas bajo su barbilla—. Espero que no sea dinero, porque no tengo.

Daddy Issues❞ Draco MalfoyWhere stories live. Discover now