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Puede que te hablen sobre la vida adulta y lo dura que es, pero hasta que no creces y lo vives desde tu experiencia no te das cuenta de que esas declaraciones se quedaban cortas. 

Ser un adulto es un asco.

No tengo mucha experiencia aún en esta nueva etapa de mi vida pues lo cierto es que me acabo de graduar, y no de cualquier sitio sino de El Colegio de Magia y Hechicería Hogwarts ni más ni menos. Una institución que, por el nombre, te podrás imaginar a qué hace referencia.

Verás, uno de mis problemas principales de ser una bruja es que en la magia hace parecer que todo es muy fácil de conseguir, que una vez te gradúas de Hogwarts vas a encontrar el trabajo de tus sueños, vas a casarte con el amor de tu vida, vas a formar una familia y vivirás en una mansión. Pero ni te imaginas de lo lejos que estoy de esas cuatro cosas.

—Cordelia, por favor, ¿puedes enviarle una lechuza al profesor Longbottom? —dijo el señor Mulpepper, asomando su regordeta cara por la esquina que daba a su despacho—. Ha pedido un pack de pociones herbicida.

—¡Ahora mismo! —dije, cansada de que nunca dijera mi nombre bien. 

Tras el verano después de mi graduación, decidí volcarme en el mundo laboral por primera vez en mi vida y buscar trabajo. No obstante, tanto la redacción del Profeta como cualquier otra no aceptaba más personal así que pausé mi sueño de trabajar como periodista para ser la dependienta del Boticario del Señor Mulpepper en el Callejón Diagón.

El sueldo me alcanzaba justo para el alquiler de mi apartamento sin poder permitirme ningún capricho adicional y al señor Mulpepper parecía gustarle cualquier otro nombre que no fuera el mío, Chloé, pero fue el único puesto de trabajo en el cual me aceptaron así que era a lo único que podía aspirar por el momento si no quería volver a vivir en la casa de mis padres.

Justo en el momento en el cual me volví para buscar en la estantería lo que me había pedido, sonó la campanita que indicaba que alguien había abierto la puerta así que decidí recibir antes al cliente y después preparar el paquete. 

—Buenos días.

—Buenos días, ¿en qué puedo ayu...?

—¡Señor Malfoy! —exclamó el señor Mulpepper, saliendo escopeteado de su despacho—. Llega usted justo a tiempo, su pedido de Belladonas y Valerianas llegó esta mañana a primera hora. ¡Si se las lleva ahora seguirán fresquísimas cuando llegue a casa!

El señor Mulpepper me dio un empujón, sacándome por completo de detrás del mostrador para alcanzar una caja de madera de uno de los estantes que ponía "reservado". Nunca había visto al señor Mulpepper tan vigoroso pero su determinación me hizo sentirme desubicada, mirando de arriba abajo al hombre rubio con impecable túnica mientras que mi jefe dejaba las flores junto a la caja registradora.

—Muchas gracias.

—¿Va a querer alguna otra cosa, señor Malfoy? —intervino, antes de señalar a sus espaldas—. No contamos en nuestra tienda habitualmente con sopósforo, así que podría aprovechar la oportunidad. Esas plantas son tan raras que sus frutos son muy difíciles de conseguir.

Malfoy negó con su cabeza, adelantando su brazo para tenderle los galeones correspondientes al pago.

—Por hoy sólo necesito esto. Hasta la próxima.

—Que tenga un buen día —se despidió el señor Mulpepper. Una vez que la puerta se hubo cerrado a las espaldas del señor Malfoy se volvió hacia mí—. Malfoy es nuestro mejor cliente, Cynthia. Es tan rico que ni siquiera trabaja, así que se gasta muchísimo dinero aquí en ingredientes para practicar la Alquimia. ¡Más te vale tratarlo bien o se irá a otro lugar a comprar!


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