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Más rápido que tarde la monotonía volvió a mi vida. Daba la impresión de que había pasado más de un siglo desde el final de mis vacaciones, pero lo cierto es que ni siquiera había terminado la primera semana de vuelta y ya estaba suspirando por la idea de tener otro día libre nuevamente.

Por el contrario al señor Mulpepper parecían haberle sentado realmente bien los días de descanso y estaba lleno de energía, atendiendo y reuniéndose con nuevos proveedores que traerían inventario nuevo al boticario. Algunos de ellos, con los cuales las negociaciones fueron más duras, eran expertos en hierbas y criaturas del continente asiático que normalmente se limitaban a comerciar en esas tierras por lo que nuestra tienda iba a ser una de las únicas en Europa en disponer de ciertos ingredientes para pociones dificilísimos de conseguir.

Eso significaba una gran fuente de ingresos y todo lo que brillaba volvía eufórico a Mulpepper.

Claro que el tráfico de lechuzas en la ventana de su despacho era tal que más de la mitad de mi jornada laboral la pasaba limpiando excrementos del suelo.

—Todo ha salido estupendamente, como me imaginaba —anunciaba el señor Mulpepper, nada más abrir la puerta de su habitáculo—. Resulta que el comerciante Xiao Yijun es un conocido del tatatataranieto del famosísimo dragonologista Quong Po y puede conseguirme a muy buen precio huevos de bola de fuego chino en polvo. 

—Eso suena genial —contesté, apresurándome a entrar en la habitación de la cual había salido para ponerme a limpiar; comenzando por las cenizas entorno a la chimenea al haber usado el fuego como modo de comunicación—. ¿Habéis cerrado el trato?

—¡Claro que sí, y pagando mucho menos que lo que me pidió en primer lugar! Carlota, algún día te revelaré mis secretos de gran negociador —Esto último lo dijo en un tono acaramelado al echarse flores a sí mismo—. Hasta entonces yo haré todo el papeleo y tú te encargarás de ordenar todo lo que llegue nuevo, ¿si?

No había más remedio, así que asentí con la cabeza permitiéndome simultáneamente rodar los ojos al estar de espaldas a él. A veces pensaba que la parte más dura de mi trabajo no era fregar, sino aguantar a mi jefe.

El señor Mulpepper se sentó en su escritorio, recostándose en el reposapiés para permitirme barrer el suelo sin ponerse en mi camino. No obstante, ni siquiera fue capaz de terminar una sola carta cuando la puerta de entrada rechinó y salió disparado hacia la parte delantera de la tienda.

No me hizo falta siquiera mirar mi reloj de pulsera ni escuchar la característica voz de Malfoy para saber que era él, bastándome tan solo la reacción de Mulpepper.

Desde la vuelta de vacaciones siempre que venía Draco a la tienda diariamente no era nunca capaz de atenderlo, siendo al momento despachada y mandada a la trastienda. No sabía la razón exacta de este comportamiento pero tenía mis sospechas, aunque no sabía por cual de las dos posibilidades decantarme; ¿estaba Mulpepper de verdad tan interesado en que me fijara en su sobrino que intentaba eliminar cualquier competencia o habían llegado a sus oídos nuevos rumores entre Draco y yo? Fuese la razón que fuese, siempre que sonaba la campanita a partir de las cinco de la tarde él corría como un demonio para ponerse tras el mostrador.

Pese a esto cuando llegaba el final del día no regresaba a casa sola.

Mientras agitaba mi varita para hacer que todo quedara impoluto en un santiamén algo consiguió llamar mi atención, justo cuando estaba poniendo la oreja a la conversación que se estaba produciendo en la habitación continua. Las ascuas de la chimenea habían empezado a palpitar, salpicando a su alrededor todo el piso que había limpiado momentos antes.

—¿Señor Mulpepper? —lo llamé, pero al no obtener respuesta decidí asomarme por la puerta del despacho y hablarle directamente—: Señor Mulpepper, me parece que hay alguien intentando establecer conexión con usted por la chimenea.

—¿Oh? Discúlpeme, señor Malfoy.

Se apresuró rápidamente a comprobar lo que le había dicho, dejándonos solos a Draco y a mí intercambiándonos miradas. Solté un suspiro y caminé hacia él, sintiéndome extrañamente desfamiliarizada con la experiencia de ser yo quien lo atendía, al no haberlo hecho durante tantos días consecutivos.

—¿Qué es lo que querías? 

—Esta vez solo será un bote de potentilla, por favor. 

Asentí ante su orden, haciendo solamente falta que me girara para poder darle su pedido ya que las flores más comunes (y menos tóxicas) las teníamos de exposición en la estantería frente a la caja registradora. Sin embargo, justo cuando iba a tomar el frasco ya preparado con su etiqueta y todo, la puerta de la oficina se abrió de par en par mostrando a un Mulpepper apresurado colocándose el abrigo y su sombrero.

—¡El criador de bicornios acaba de llegar a Inglaterra y quiere verme ahora mismo! Carrie, me voy ya de ya. ¡Hasta más ver, señor Malfoy!

Acto seguido desapareció en una luz blanca resplandeciente, usando el método de Aparición para trasladarse. En un abrir y cerrar de ojos se había ido, tan rápido que no me dio la oportunidad siquiera de despedirme hasta el día siguiente. 

Me volteé hacia Draco, quien parecía muy confuso por lo que acababa de presenciar. Yo, en cambio, ya nada me sorprendía del comportamiento del señor Mulpepper a estas alturas.

—Está en mitad de unas negociaciones —expliqué—. Bueno, supongo que ya no querrás la potentilla, ¿verdad?

—¿Hm? ¿Por qué no iba a quererla?

Pese a su contestación, me vi con la libertad de dejar el tarro de cristal en el mismo sitio de donde lo había cogido hacía poco más de un minuto.

—Ya no hace falta que compres nada de excusa —contesté, sonriendo pícaramente. En cuanto me percaté de que iba a responderme, fui más rápido y le interrumpí—: Y Mulpepper no se habrá dado cuenta de que compraste lo mismo ayer, pero yo sí. 

—Es lo más barato que tenéis —admitió, encogiéndose de hombros. 

Tras escucharlo me reí, pareciéndome realmente tierno que aún intentara poner la excusa de comprar algo para venir a verme aún cuando tan solo podría esperarme en el Callejón Diagón a la hora del cierre y simplemente acompañarme. Supongo que cuando tienes tanto dinero da igual derrocharlo de esa forma.

—Bueno, como no creo que nadie más venga y no está mi jefe por aquí creo que me puedo permitir salir un poco antes hoy. ¿Me esperas fuera? Tardaré un segundo.

Procedí a ponerle el seguro a la caja registradora, para después quitarme el "uniforme del trabajo" que consistía tan solo en un delantal raído y manchado que llevaría más de tres siglos sin saber lo que era un lavado.

—¿Chloé? —exclamó Draco justo cuando estaba en mitad de la faena—. ¿Qué le pasa a la puerta?

Terminé de doblar la prenda en un momento y alcé la mirada hacia el rubio, quien se encontraba con la mano posada en el pomo intentando girarlo para abrir. Ante esto fruncí el ceño, caminando hacia él para ver qué estaba pasando.

—A veces se atranca, inténtalo de nuevo —dije. Me hizo caso pero, después de forcejear un par de veces, no hubo éxito—. Qué extraño...

—No hay manera de que esto abra.

Justo en ese instante reparé en el detalle de que los estores que protegían los escaparates de la tienda y el cristal de la puerta estaban bajados, cuando estos solamente estaban en esta posición una vez la tienda estuviese cerrada. Todo parecía indicar una cosa y, al darme cuenta, me quedé sin aire.

—No puede ser —musité—. El señor Mulpepper ha debido de llevarse la llave de la tienda sin querer con las prisas.

—Bueno pero... no pasa nada, ¿no? 

—Esto... creo que no hay manera de que nos vayamos —dije—. Según las normas cuando un establecimiento mágico se cierra no es posible que nadie entre ni salga, queda completamente hermético para que no hayan robos. Ni encantamientos, ni Apariciones, ni Red Flu, ni nada...

—¿Entonces?

—Voy a intentar ponerme en contacto con el señor Mulpepper pero esto no tiene buena pinta.

Daddy Issues❞ Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora