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¿Por qué, si tan avanzado era el Mundo Mágico, a nadie se le había ocurrido inventar algo parecido a un teléfono?

No había forma alguna de que pudiera comunicarme con el señor Mulpepper desde el boticario y todo parecía indicar que Malfoy y yo estábamos obligados a pasar la noche entre hierbas e insectos. Por si fuera poco, la calefacción de la tienda pese a que hacía un ruido extraño que indicaba que funcionaba; no lo hacía. El ambiente continuaba siendo igual de frío y obviamente no había ni siquiera una mísera manta con la que cubrirnos. 

Aunque por haber no había ni siquiera un sofá en el que pudiéramos pasar la noche en vistas a que estábamos, de verdad, completamente encerrados. Lo único que era más cómodo que un taburete de madera en todo el local era un sillón del despacho del señor Mulpepper, en el que tan solo podría dormir una persona muy pequeña con todas sus extremidades encogidas. 

—Me he quedado sin ideas —sentencié, comenzando a enumerar con los dedos con irritación—: Todas las ventanas están cerradas a cal y canto, la Red Flu como me temía no funciona, la comunicación por fuego sí pero no sé dónde está Mulpepper y efectivamente no nos podemos Aparecer. Esto es un desastre.

Agaché la cabeza, abatida, sintiendo un segundo después el tacto de la mano de Draco en mi hombro.

—No te preocupes, Chloé. Pasaremos la noche aquí y nos iremos por la mañana cuando regrese Mulpepper. 

—Ya, pero...

—No es el fin del mundo —dijo, con una sonrisa que consiguió derretir todos mis adentros.

Su calidez me hizo entrar en razón y asentí. Íbamos a pasar frío, hambre y probablemente sueño pero solamente sería una noche. 

—Al menos tenemos baño. 

Tras decir esto me dirigí hacia ese mismo lugar. Daba igual el sitio en el que durmiera fuera mi habitación, un hotel o un boticario pero tenía que lavarme la cara todas las noches. De paso, aprovechaba para lavarme las manos pues aún no había tenido la oportunidad, después de haber pasado toda mi jornada laboral limpiando y tocando tarros con dudoso contenido.

De hecho, hasta el jabón tenía mala pinta y ni hablar de la toalla. 

Una vez acabé de limpiarme las manos y estaba enjuagándome la cara, por el rabillo del ojo me di cuenta de que alguien más estaba entrando al baño. Al alzar el rostro pude ver mi reflejo y el de Draco en el espejo. 

—Yo también quiero asearme —señaló divertido.

—Ya termino.

Tomé la toalla, buscando el área más limpia (o menos sucia, mejor dicho) para secarme. Tras esto me volteé, sin haberme dado cuenta antes de que ahora Draco estaba justo detrás mía esperando su turno, por tanto estando ahora cara a cara el uno del otro.

Ambos cruzamos miradas, conscientes del poco espacio que nos separaba y del choque de mi pecho contra su abdomen. Por un momento aquella minúscula habitación de dos metros cuadrados me pareció incluso aún más pequeña, como si Draco y yo estuviésemos metidos en un armario con tal reducido espacio que nos obligara a estar el uno encima del otro. Pronto este sentimiento pareció plasmarse en el mundo real, notando como nuestros cuerpos, si bien ya estaban pegados, continuaban acercándose como si de imanes se tratasen.

Estábamos tan cerca que olía perfectamente su perfume, generándose automáticamente un cosquilleo en mi interior que no tenía nada que envidiar al revoloteo de mil mariposas en mis entrañas que había aparecido tras percatarme de que la distancia entre nuestros rostros iba decreciendo considerablemente.

Finalmente, llegó un punto en el cual nuestros labios estaban a punto de rozarse pero de pronto un ruido consiguió sacarnos de nuestra burbuja. Era el estómago de Draco rugiendo.

—Esto... —murmuró—. Creo que tengo hambre.

No pudimos evitar estallar en carcajadas, instantáneamente separándonos el uno del otro como si hubiésemos sido propulsados por muelles. 

—Bueno, te dejo el baño para ti—dije, consciente de que seguramente mi cara estaría rojísima por la vergüenza—. Estaré en el despacho, por si necesitas algo.

Salí zumbando de allí, continuando con mi respiración entrecortada y mi cerebro tan disperso como una sopa. ¿Qué era lo que acababa de ocurrir?

Me senté aún extrañada en el sillón frente al escritorio de la oficina, sintiéndome menuda y avergonzada. Procedí a descalzarme para poder encogerme de rodillas y así guardar mi calor corporal, reparando en lo helados que estaban mis pies en contraste con mi rostro. No obstante, dicho ardor acabó pasado no mucho tiempo después y me convertí en un témpano de hielo. 

—Veo que ya te has acomodado —dijo Draco, anunciando su llegada.

—¡Perdona, no sabía que querrías tú el sof...!

—No, no te molestes. No lo decía por eso, yo puedo quedarme con la silla.

Mis ojos escanearon la habitación, confusos, hasta que repararon en la silla de oficina que coronaba la mesa donde se solía sentar mi jefe a hacer papeleo. Esta parecía cómoda para sentarse con un mullido respaldo pero nada más lejos de ese punto, aunque si es cierto que había pillado en más de una ocasión al señor Mulpepper durmiendo la siesta en ese mismo lugar.

—Al menos es mejor que el suelo —contesté, encogiéndome de hombros—. Por Merlín, esta situación es horrible.

—Deja de torturarte, no es tu culpa. Pensaremos en esto como si fuera una especie de campamento.

—¿Campamento?

—Sí —Asintió Draco, extrañamente animado—. Cuando era pequeño mis padres nunca me dejaron ir a uno así que diremos que por fin se cumplió mi deseo de todos los veranos. 

—Con la excepción de que no es verano y hace muchísimo frío.

—Al menos estoy aquí contigo y no con el señor Mulpepper —dijo, riéndose.

—Eso habría sido lo peor —destaqué.

Justo después de decir esto un escalofrío recorrió toda mi columna vertebral, haciendo que me agitara por una fracción de segundo. Acto seguido me acurruqué mejor en el asiento y metí mis manos heladas dentro de las mangas de mi jersey.

—¿Estás bien, Chloé? —preguntó—. Parece que tienes mucho frío.

Sin demora, incluso antes de que pudiera responder, procedió a desprenderse de su chaqueta de traje con estampado vichy, quedándose tan solo en una camisa negra. 

—¿Qué haces? —exclamé, tan escandalizada como si acabara de matar a mi abuela al ver que me la estaba tendiendo—. ¡Te vas a congelar!

—No tengo tanto frío como tú, así que le vas a dar mejor uso.

Estuvimos forcejeando un momento, pues me negaba en rotundo a que pisara el borde de la hipotermia por mi culpa pero finalmente consiguió cubrirme con su chaqueta, que para mí era casi como una manta, antes de dirigirse victorioso hacia la silla donde pasaría la noche.

—¿Estás seguro de que no pasarás frío? —murmuré, apoyando la barbilla en mis rodillas tapadas y contentas con la nueva fuente de calor.

—Si tú estás bien entonces yo estoy bien. 

Le sonreí desde el otro lado de la habitación, realmente agradecida, antes de intentar recostarme lo máximo posible hasta que encontré una buena pose que parecía que podría permitirme echar al menos una cabezada aunque al día siguiente tuviera un intenso dolor de espalda. 

Esta postura pareció recibirme con los brazos abiertos y de pronto todo el cansancio acumulado en el día me impactó como un rayo, cayendo dormida incluso cuando mi intención era precisamente lo contrario; disfrutar de la compañía de Draco Malfoy.

Daddy Issues❞ Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora