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El resto del verano transcurrió sin pena ni gloria tras mis cortas vacaciones con Draco y Scorpius en la Mansión Malfoy. Las semanas siguientes finalmente conseguí trabajo en una tetería muggle junto al río Támesis con vistas al Ojo de Londres al otro lado de la orilla, un lugar repleto de turistas con precios desorbitados por un simple café solo: el sitio que todo inglés de pura cepa evitaría a toda costa. 

A juzgar por la alta densidad de clientes que pasaban al día y por lo caro que era hasta un terrón de azúcar cualquiera creería que mi sueldo haría justicia pero lo cierto es que era bastante mejorable teniendo en cuenta el estrés que debía soportar durante doce horas al día con apenas media hora de descanso para comer. 

Pero eso era mejor que nada. Al menos así no estaba varada en casa de mis padres sin hacer nada lamentándome por no haber conseguido nada en la vida.

Que tampoco es que lo hubiera conseguido, pues trabajar en un local cubierto hasta las cejas con la bandera de Reino Unido y el obsoleto póster de "Keep Calm and Carry On" en cualquier esquina no era lo que yo denominaría el paraíso. Sin embargo, no tenía otra y aún así mis padres debían ayudarme a pagar la mitad del piso que había conseguido encontrar a prisa cuando me llegó la notificación de que el puesto de empleo era mío. 

De nuevo volvía al Callejón Diagón, mas esta vez había tenido la suerte de encontrar un lugar que, al menos de momento, no tenía ninguna plaga y era más grande que una lata de sardinas lo cual era de agradecer. Era un estudio que pertenecía al dueño de la tienda que había justo debajo y que hasta ahora se había usado como almacén, aunque estaba completamente equipado con cocina y cuarto de baño pues el dueño había estado viviendo allí tiempo atrás. 

El dueño de la tienda, que también era mi nuevo casero, era encantador y el alquiler era bastante bajo pues no creía que fuera a encontrar inquilino tan rápido, no obstante, no era tan barato como para conseguir que viviera sin preocupaciones y sin la ayuda de mis padres pues, además, ya que mi trabajo era muggle me pagaban en libras. Y la conversión de libras a dinero mágico llevaba una gran comisión.

—Hubiera sido más fácil alquilar un apartamento muggle —se quejaba por decimocuarta vez Draco al otro lado del teléfono. 

Así es, teléfono. Ese invento que habita todas las casas de muggles que por alguna razón el mundo mágico se negaba a incorporar a su vida diaria porque obviamente las lechuzas, animales para nada sucios y que no requieren nada de mantenimiento, eran mucho más eficientes aún si no llegaban hasta el día siguiente o dos si el clima no ponía de su parte. 

Draco quiso instalar uno para poder hablar conmigo cuando llegaba finalmente a casa del trabajo pues estando Scorpius de vacaciones no podía venir a verme con tanta frecuencia como antes.

—¿Tú sabes lo mal que está el sector inmoviliario en Londres? —le preguntaba, con el teléfono apoyado entre mi hombro y la oreja para dejarme las manos libres y poder así fregar los platos sucios—. Lo más cerca que me puedo permitir está casi en Hertford, y no pienso estar más de una hora en el transporte público.

—Chloé. Eres una bruja. Puedes aparecerte.

Di un resoplido, dejando lo que estaba haciendo y quitándome los guantes para agarrar el teléfono con la mano finalmente.

—Sabes que no me gusta —me quejé, dándole la espalda al fregadero y apoyándome al borde de la encimera de granito—. Me mareo y no quiero ni imaginarme una despartición. Además, este sitio está super bien. 

—Más le vale que lo esté, porque conozco al dueño y si no lo estuviera...

—¿Lo conoces? —le interrumpí, antes de que dijera alguna malicia suya. Es cierto que Draco, después de lo que me ha contado sobre cómo era su infancia, estaba bastante rehabilitado pero de vez en cuando le salía el Slytherin que llevaba dentro—. ¿De qué? 

Daddy Issues❞ Draco MalfoyWo Geschichten leben. Entdecke jetzt