Capítulo 1. Una Búsqueda Incierta.

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Alexander Cásterot

El carruaje se tambaleaba con fuerza a causa del camino rocoso y descuidado que conducía a la entrada de Galeán: un famoso pueblo ubicado al Sur de la gran provincia de Ástergon; parte occidental del Imperio Bástagor. El ambiente era sombrío y el bosque silencioso, y una misteriosa niebla espesa y gris dificultaba la vista del camino, e impedía vislumbrar la puesta del sol en aquel incierto atardecer. El viajero, Lord Alexander Cásterot, noble de unos cuarenta y tres años, peregrinaba enfermo acompañado de su criada y su hija de ocho años. Ellos eran custodiados por una cuadrilla de soldados, que cuidaban cansados y débiles a la importante familia del sur del imperio Bástagor.

La familia huía temporalmente de Escortland, su hermosa ciudad natal, de la provincia sureña de Marfín, famosa por el verdor incomparable del Valle de Jumbría que le acompañaba. La gran ciudad de Escortland, al igual que toda la provincia de Marfín, había sido devastada por una niebla oscura y misteriosa, acompañada de una fuerte y desconocida epidemia. En aquella ciudad, él Noble dejaba a su esposa y a sus dos hijos varones en cama, bajo el cuidado de los mejores médicos, quienes poco habían logrado hacer contra aquella desafiante enfermedad. Su gran misión se enfatizaba en encontrarles algún prodigio de la Hermandad de los Curanderos: hombres y mujeres con habilidades sobrenaturales capaces de curar cualquier herida, cualquier enfermedad; desgraciadamente estaban ausentes desde hace más de cuatro meses. Para aquel noble su mayor preocupación era salvar a su hija: era la única que aún parecía inmune y fuerte a la epidemia. Tenía que sacarla de Marfín antes de que enfermara, y según los rumores aquel pueblo de Galeán estaba libre de aquella maligna niebla.

Después de cuatro semanas de un exhaustivo viaje al fin llegaban a su destino. Al cruzar la entrada de aquel pequeño pueblo, la imagen alegre y bulliciosa que Alexander esperaba encontrar se desdibujaba ante las calles desoladas y tristes. El lúgubre silbar del viento parecía entonar una melodía devastadora; era la viva imagen de los pueblos fantasmas de las leyendas de camino. «Era obvio» pensó Alexander que observaba desde la ventanilla del carruaje. La niebla también estaba presente en aquel lugar como lo estuvo durante todo el camino: aquella paradójica niebla que no traía consigo gélidos vientos ni razón alguna de abrigo. Al contrario, esta niebla era húmeda pero calurosa, y su espesor, como humo que asciende de una hoguera, irritaba los ojos y dificultaba la respiración de todo aquel que cobija. El noble esperaba que al llegar a Galeán todo fuese diferente; pero para su tristeza y decepción, la extensión de aquella niebla parecía recorrer mucho más de lo que afirmaban los rumores populares.

A tan solo diez largas cuadras se llegaba a una gran intercepción que dividía al pueblo en dos avenidas principales. Allí se encontraba la plaza principal, y al norte de ella una posada grande, lúgubre y famosa del lugar donde los viajeros tenían planeado descansar. En aquella posada los esperaba Thomas: un viejo amigo que Alexander no veía desde hacía ya diez años.

El lacayo detuvo el carruaje justo en la entrada.

—Shelýn, despierta —llamó Alexander a su hija de ocho años quien yacía dormida en el regazo de Emily, una chica de diecisiete años, criada de los Cásterot; pero la niña no hacía más que estirar los brazos y quejarse con gemidos—. Oye, despierta ya —insistió empujando suavemente sus hombros.

En verdad, aquel noble no quería despertarle. Le pesaba el haberle hecho despedirse de su familia a un lugar tan remoto; pero su madre pareció haber entendido que era lo mejor dadas las circunstancias que atravesaban, y Shelýn no mostró mucha resistencia a la idea: pareció haberlo comprendido. Al final, al encontrar a los curanderos regresarían con ellos inmediatamente.

—¿Ya hemos llegado? —preguntó la niña con menguada voz.

—Así es, Bella Durmiente —respondió dulcemente su criada.

Ofradía y la Niebla MalditaWhere stories live. Discover now