Capítulo 14. Una Aldea Devastada.

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Alexander Cásterot.

El desastre en Galean, provocado por los brujos y sus muertos vivientes, no era nada comparado con la devastación que los rebeldes habían dejado en Árston. Las casas del pueblo, en su mayoría, estaban vueltas escombros, sus patios repletos de tumbas improvisadas y las haciendas aledañas totalmente quemadas. Evidentemente sus enemigos se encargaron de saquear todo y matar a cuántos pudieran.

Se sentía aliviado de haber dejado a su hija custodiada por su sobrino, Leander Cásterot; por Darline, la curandera, y por la mayor parte de los soldados y prodigios acampando a las afueras de aquel pueblo. No deseaba que después de que Shelyn felizmente abandonara a Galean observara otra aldea devastada por la guerra.

Por suerte estaba cerca de ella por si ocurría algún peligro imprevisto; no tenía la intención de alejarse mucho de Shelyn nuevamente. Con Alexander se hallaban Ouwel, Nelda, Arnot, Peter Mordane, John Serpenthem y diez de sus hombres a caballo.

Las calles, como era de esperarse, estaban desoladas; las casas, vacías. Las esperanzas de encontrar vida en Árston se hacían cada vez más carentes. Habían desmontado muchas veces para revisar los hogares los cuales parecían todos abandonados. Estaba ansioso por saber la condición de los Caskfort, señores de aquellas tierras.

Alexander, muy consciente que los rebeldes pudieron haber tomado el fuerte, ordenó a John Serpenthem inspeccionar las inmediaciones del castillo de los Caskfort. De ser así no tendrían el ejército para asediar tal fortaleza.

Cuando John llegó, la información traída no representaba ningún peligro, pero aún así no dejaban de ser malas noticias.

—El castillo de los Caskfort está abierto, pero no hay señales de los lores en el lugar. Sí encontré algunos aldeanos. Al principio creí que todo sería igual a lo que vivimos en el fuerte Tarrenbend pero por suerte estos no eran muertos vivientes.

—¿Le preguntaste que fue de los Caskfort? —cuestionó Alexander.

—Nos dijeron que debido a la enfermedad que todos poseen no podían resistir mucho tiempo. El lord decidió rendirse y entregarles cuanto pidieran, siempre y cuando se acabará la masacre y perdonarán la vida de cada uno de los nobles.

—Entonces deben tenerlos como rehenes. —Aquella noticia una vez más los dejaba en desventaja sin tener nada que ofrecerle a cambio de ellos—. Debemos inspeccionar el fuerte y ver cómo ayudamos a estas personas.

Árnot, como de costumbre, envió a sus lobos a la vanguardia quienes entraron a explorar todo el castillo. Los primeros días Alexander se encontraba escéptico de la efectividad de usar a los animales como herramientas de exploración, ya que no importaba la inteligencia de éstos no se comparaba a la del ser humano. ¿Cómo podrían hacer un reporte de todo lo que necesitaban?

Después se dió cuenta que los domadores usaban una habilidad en ellos parecida a la que empleaban los videntes para entrar en la mente de los hombres. Así ellos podían ver a través de los lobos o cualquier otro animal siendo espías imposibles de descubrir. Apenas habían entrado en aquél castillo ya el domador tenía suficiente información de cuántas personas había en el lugar, y si había peligro o no de encontrar enemigos allí; por suerte, no había ninguno.

Los pocos aldeanos, sobrevivientes del ataque, recurrían constantemente a ellos para buscar respuesta y auxilio. Pero no había mucho que Alexander pudiera hacer por ellos y evitaba atenderlos sabiendo que solo los curanderos poseían el poder para sanarlos.

—¿No tienes algún mal presentimiento en este lugar? —Ouwell preguntó a Nelda.

—No, todo apunta a que la tormenta de momento ha cesado.

Ofradía y la Niebla MalditaWhere stories live. Discover now