Capítulo 8. La Hora ha Llegado.

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Gareth

Algo había pasado, Gareth estaba seguro de que no era nada bueno. No se suponía que la bruma debía disiparse. Ahora un Sol brillante iluminaba la superficie de aquellas tierras. Aunque extrañaba ver el paisaje desde el momento que comenzaron la misión, aún no era hora de extinguir la niebla. Tal vez Bronson, su mentor, había fallado y sus enemigos aparecieron purificando la zona.

Se sentía enojado, impaciente e impotente. Él debió acompañarlos, pero su maestro insistió en que no estaba listo.

—¡Claro que estoy listo! —porfió inútilmente hasta el cansancio justo antes de que su maestro marchara con los suyos a Galean—. Soy más poderoso que muchos de los que van con usted. ¡No puede negarlo!

—Poderoso, pero imprudente e impulsivo al extremo —refutó el maestro hastiado de la terquedad de su discípulo—. Necesito brujos obedientes que se amolden al plan y sean organizados.

—¡¿Cómo puede decir que no soy obediente?!

—Lo digo porque nunca te ciñes al plan quejándote de todas las decisiones que tomo tal cual como lo haces ahora. ¿Vas a negarlo?

—Pero hace meses que no me deja ser parte de sus planes. ¿Cómo sabrá que he cambiado si no me da una oportunidad? — Gareth esperaba que aquella pregunta lo hiciera recapacitar.

—Lo sabré el día que te dé una orden que no sea de tu agrado y obedezcas sin decir una palabra —concluyó el Bronson dejándolo sin argumentos como tenía acostumbrado—. Ahora, quiero que aguardes aquí. Si al amanecer no he llegado es porque estoy...

—No diga eso mi señor—interrumpió preocupado: era más que un mentor para él desde que los curanderos mataron a sus padres a sangre fría, no podía sentirse huérfano una vez más—. Es imposible que usted falle.

—No seas estúpido —increpó con desprecio a su discípulo—. ¿Hasta cuando no vas a comprender la realidad y aceptarla? ¿En qué mundo crees que vivimos? Eres débil y me avergüenzas. Si muero quiero que vayas a Ástarport o a donde hayan avanzado nuestras fuerzas e informes que la misión ha fracasado. ¿Entendido?

—Sí, maestro.

Aquel recuerdo le llenaba de ira, y más aún cuando sus acompañantes no eran otra cosa que gente despreciable. Sentía que solo estaba rodeado de trelos; por suerte estaba Rodrick, el gordo, que podía controlarlos muy bien, aunque Anna, la chica loca y seductora, se paseaba alrededor de ellos para molestarlos, ya sea lanzandoles piedras pequeñas o pinchandoles con ramas puntiagudas. Gareth no entendía porque Rodrick se lo permitía.

Los trelos eran prodigios faltos de cordura. La causa más común de ello se debía a niños que nunca tuvieron un tutor que les enseñará a controlar su esencia. También podría ocurrir que prodigios experimentados llegasen a convertirse en trelos, pero esto solo ocurría cuando un prodigio incursionaba en rituales y conjuros prohibidos para aumentar su poder. Si la absorción de la esencia era desproporcionada en relación a la cantidad de energía que podían soportar, las consecuencias eran inevitables.

Los trelos eran, por lo tanto, prodigios de mucho poder, pero torpes y peligrosos. No era recomendable llevarlos a una misión a menos que hubiese quien pudiese controlarlos con magia o alguna dosis de droga que los mantuviera dopados y el calma.

Rodrick era ideal para esto. Conocía los distintos niveles de locura de los trelos y cómo controlarlos. Eran para él como animales salvajes a los que podría domar y usar a su antojo.

—Gareth —le llamó Anna con ternura una vez que ya comenzaba a aburrirse—, deja de estar parado como un idiota y ven a divertirte —suplicó.

Ofradía y la Niebla MalditaWhere stories live. Discover now