Capítulo 2. Una Noche en la Posada.

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Shelýn Eglimar Cásterot

Era difícil recordar el sol sin sentir a la nostalgia penetrar las entrañas hasta llegar a lo profundo del alma, era difícil olvidar como su cálido resplandor acariciaba la piel tras las gélidas brisas del amanecer. Seguramente el sol ya se encontraba exaltado en alguna parte del cielo irradiando con su esplendor, pero el manto gris impedía contemplarlo. Observar el sombrío panorama por aquel ventanal, no tenía ninguna gracia; nada que admirar. Solo quería con todo su ser regresar a Escortland. Aunque su ciudad natal había perdido también su encanto, aunque su melodía era solo el respirar del ahora triste y solitario Valle de Jumbría, allí estaba su madre y sus hermanos enfermos, extrañándolos tanto como ella los extrañaba. En vez de estar allí para cuidar de aquellos desconocidos, ¿por qué no cuidaba de ellos? Recordaba que su padre los dejó en buenas manos, y que de ellos dependía encontrar a los Curanderos para llevarlos a Marfín.

—En Galeán deben estar. —le decía su padre tras haber dicho lo mismo antes de Pourdland y poco antes de Ásrton.

Le había contado lo hermoso y pintoresco del pueblo sureño de la provincia de Ástergon, que encontraría niños nobles y de familias importante en la posada de Thomas con quienes podría jugar en la plaza a la luz del día; pero cada paraje era tan decepcionante como el anterior; lo único que podía encontrar era a viejos enfermos.

Las imágenes difusas que humedecidas le rodeaban, no reconocía si se debía a la llegada del rocío, o si era el producto de sus ojos de tanto llorar silenciosamente. Un murmullo se escuchó cerca de ella, pero lo ignoró sin quitar la vista de donde había visto a su padre partir.

—Shelýn —le llamó nuevamente su criada y Shelýn se sobresaltó—. Perdóname niña, soy yo, Emily —le dijo su criada con una voz suave y cariñosa y quien en ocasiones fallidas había intentado entretenerla—. Llevas horas allí embelesada con la nada. ¿No tenías una promesa que cumplir?

—Es verdad —Shelýn había olvidado que tenía una labor y era mejor que estar allí sin hacer nada—. ¿Tienen polvo de bienorkino? —preguntó dirigiéndose a Martha, la criada de Thomas.

—No, no tenemos —contestó Martha.

—¿Y bienogal?

—No, no lo creo.

—¿Y no tienen hojas de ojillo? —preguntó la niña incrédula de que no tuvieran medicina alguna.

—Creo que no tenemos nada de lo que puedas necesitar —Tosió.

—Pues, si no tienen ni hojas de Ojillo que solo sirven para el dolor ¿cómo creen que puedan mejorar?

—Nada que los médicos han recomendado ha funcionado y además todo se ha agotado –se excusó Martha tosiendo de nuevo.

—¿Les han recomendado lo que le he pedido?

—No, no lo han hecho.

—Entonces debemos intentar —propuso la niña emocionada— Debe haber un lugar donde podamos comprar.

Martha, dudaba que pudiera ser posible encontrar medicina en el pueblo, pero recordó a la anciana Ingret; una mujer conocida por siempre tener justo lo que necesitaba el cliente que llegaba a su bodega.

—Creo que sé quién podría tener todo eso que pides —comentó Martha.

Las chicas informaron a Thomas y este les concedió permiso de salir. Cuatro guardias acompañaron entonces a Emily, Martha y a la pequeña Lady Shelýn Cásterot para resguardarlas durante el camino. Aunque Martha sabía que la protección se le debía a la joven noble de Marfín, podía sentir, por una vez en su vida, lo que era estar custodiada y esto le emocionaba.

Ofradía y la Niebla MalditaWhere stories live. Discover now