Capítulo 15. Dolor y Culpa.

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Shelyn Eglimar Cásterot.


En aquella mañana el viento soplaba con más fuerza de lo habitual y el ruido causado por las ventanas la despertó de su profundo sueño. Se levantó corriendo y cerró las ventanas con cerrojo. Al mirar a su alrededor se dió cuenta que estaba sola.

A pesar de estar rodeada por las murallas del castillo de los Caskfort, Shelyn no se sentía muy segura. Ninguna fortaleza le parecía tan grande, elegante, fuerte y acogedora como el castillo blanco en el cual vivía. Las demás fortalezas no tenían una apariencia amigable, al contrario, la rusticidad de las paredes, sus angosto y oscuros pasillos la hacían sentirse asfixiada y le daba miedo.

Su vida había cambiado desde que la niebla apareció con su peste, desde que había visto partir a seres queridos y desde que vio a los muertos levantarse y atacar a los vivos. Ahora le daba miedo estar sola o caminar entre la oscuridad. Todas las noches soñaba con alguna de sus tragedias. Soñaba que su madre aún estaba con vida y que ella caminaba con su criada Emily buscándola, pero siempre terminaba sola, llorando entre la niebla, sintiendo que algo la miraba, pero justo antes de ver qué o quién la observaba, despertaba sobresaltada.

Se sentía segura con la compañía de los curanderos, en especial con Darline que la ayudaba a dormir cada vez que no podía conciliar el sueño. Anhelaba ser como ella y tener el poder de curar a la gente que amaba, pero aquella mañana Darline no se encontraba a su lado. Desde que llegó a aquél lugar ya no era tan vigilada como cuando estaba en el pueblo o cuando viajaba por los caminos reales. Era lo bueno de las fortalezas, que podía andar con más libertad.

Poco después de despertar, una joven tocó su puerta y la ayudó a vestirse. Le alegraba saber que no tendría que bajar sola por las escaleras. Ansiaba encontrarse con Desmond y George para pasar el rato, aunque el niño domador a veces solía ser demasiado irritante.

Al mirar por la rendija de su ventana, notó que a pesar del viento muchas personas, entre prodigios y comunes estaban despiertos, muchos de ellos entrenando para la guerra, sobre todo Adolph Tarrenbend que no paraba de practicar con la espada.

Después de saludar a su padre, se dirigió al patio de armas pero justo antes de salir el rugir de un trueno amenazó con la llegada de una tormenta.

—!Al fin! ¡Has despertado! —para Desmond, la compañía de Shelyn era mucho más agradable que tener que lidiar contra el espíritu competitivo del joven domador.

—Hola, tenía mucho sueño y no quería bajar sola por los pasillos.

—Si te apetece, mi lady, la próxima vez te puedo acompañar, puedo crear una luz mágica que alumbre nuestro camino sin la necesidad de usar una lámpara.

—¿Es en serio? Muestrame.

—Está bien, mira.

Desmond junto sus manos y las miró fijamente. Cuando las fue separando una bola de luz casi imperceptible fue surgiendo en medio de ellas pero no duró mucho tiempo cuando se había disipado.

—Cuesta un poco pero una vez que logre crearla tardará en apagarse —explicó Desmond intentando una vez más sin mucho éxito.

—¡¿Eres siempre tan inútil?! —Como era habitual, George se burlaba de Desmond. Apareció con uno de los lobos a su lado y parándose cerca del niño mago creó con facilidad la esfera de luz que tanto se le dificultaba.

—¡¿Por qué siempre le dices inútil?! —La actitud de George se había ganado el desprecio de Shelyn que ya estaba cansada de sus groseras actitudes y poco le importaba lo que fuera capaz de hacer.

Ofradía y la Niebla MalditaМесто, где живут истории. Откройте их для себя