Capitulo 30

1.9K 118 44
                                    

Llegaron a Cartagena con escasa luz de dia, el viento soplaba suave y fresco mientras que él sofoco del sol iba perdiendo fuerza con el aire; al salir del aeropuerto fueron recibidos por los Fuentes y un señor que los acompañaba, este hombre vestía más formal que los hermanos, sin embargo los tres portaban ropas ligeras

—¡Qué alegría tenerlos por acá! —exclamó Manuel cuando estuvieron todos reunidos

—¿Cómo les fue a los doctores? —preguntó Verónica

—Muy bien, fue un viaje bastante agradable —respondió Betty

—Me alegro que así fuera —añadió con una sonrisa afable— pero me imagino que deben estar algo cansados, salir del trabajo y tomar un vuelo suele ser un poco pesado. Así que será mejor que los llevemos de una vez y platicamos en el camino —comentó Verónica

—Juan, ayuda a los señores con las maletas por favor —indicó Manuel y el hombre que los acompañaba les recogió las maletas antes de continuar su camino hacia el auto.

Llegaron al muelle "la bodeguita" donde los recibió el capitán del barco, un hombre de mediana  quien les explicó el recorrido que tomarían hasta llegar a la casa alojada en una de las islas del Rosario, a la orilla de la playa. Finalmente desembarcó llegando a la isla, teniendo la luz del sol terminando de esconderse en el horizonte, el tiempo los había consumido y ahora comenzaban a sentir los estragos del viaje llegando agotados a la casa de los hermanos Fuentes.

La entrada de la casa tenía un camino de piedras hasta la puerta principal; esta era grande y tenía una ventana de vidrio cortado. Al entrar pudieron divisar con mejor claridad como era la casa lo espaciosa que era. El diseño era bastante minimalista, todos sus acabados eran en tonalidades neutras y blancos aperlados.

En el recibidor se encontraba un gran espejo redondo donde vieron su reflejo de rostros cansados antes de seguir su recorrido; la casa tenía una sala de estar muy amplía y con una un ventanal corredizo que daba vista y paso a la playa. Casi toda ella tenía entradas de aire y ventanas amplías donde de seguramente la luz del sol entraba con fuerza.

Después de un recorrido rápido por la casa, fueron llevados a sus habitaciones en el segundo piso, grandes cuartos con un balcón que daba vista al mar. La casa de playa de los Fuentes era tan hermosa, que parecía un hotel solo para ellos.

Esa noche, con el ruido de las olas chocando contra la orilla de la arena cayeron rendidos sobre sus camas hasta la mañana siguiente.

Al día siguiente, Beatriz despertó por el sonido de llamada de su celular, al descolgarlo escuchó la voz de su mamá y procedió a tener una pequeña plática con ella, sin embargo la voz adormilada de Betty le delataba ante su mamá las ganas que tenía de seguir durmiendo.

—¡Ay mamita, la dejo para que siga durmiendo! —dijo doña Julia— Diviértase mijita, y ahí le empaqué su traje de baño por si se quiere meter al mar

—¿¡Cómo de que traje de baño Julia!? —se escuchó a don Hermes de lejos

—¡Cuídese mucho mamita! —dijo doña Julia antes de colgar repentinamente.

Después de aquella corta conversación matutina con su madre, se puso de pie y caminó hacía el balcón. Estaba enamorada de esas mañanas a la orilla del mar, estas confirmaban el paraíso de su reconstrucción como mujer, su renacer en medio del dolor, y sin lugar a dudas significaba una paz embriagante que la alienaba del resto del mundo.

Contemplando el mar y como las olas chocaban contra la orilla, un sonido peculiar se hizo muy presente dentro de ella; su estómago exigía los alimentos que le habían sido negados prácticamente desde que subió al avión, ya que con los ajetreos del recorrido hacia islas del Rosario no tuvieron oportunidad de parar y al llegar a la casa el cansancio los había superado como para pensar en ello.

Yo soy Betty, la fea: cuestión de tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora