Capitulo 43

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Esas miradas felices esquivaban a las personas a su alrededor y sus pies, de manera apresurada se acercaban haciendo que la distancia que los separaba fuera más corta. De pronto, volvían a ser los jóvenes de aquella época universitaria, ya no había soledad puesto que se tenían al otro para hacerse compañía.

—¡Armando! —Se apresuró los últimos centímetros que quedaban y lo envolvió en un fuerte abrazo.

El correspondió de inmediato al abrazo, hundiendo su cara contra la castaña cabellera de su hermana. Un delicioso aroma a jazmín se impregnó en sus fosas nasales creando nuevamente ese recuerdo de años atrás cuando era su hermana la que lo esperaba con impaciencia. —Me alegra volver a verte.

—Y a mi —sonrió su hermana con dulzura.

Separándose del abrazo, Armando tomó el equipaje de Camila y le entregó el ramo de flores antes de partir fuera del aeropuerto. Tenían mucho de qué hablar y estaban impacientes por llegar a casa, pero mientras se aproximaban a llegar, sus conversaciones variaba en una muy superficial conversación.

De un momento a otro, llegaron a la casa Mendoza-Sáenz. Bajaron el equipaje y se quedaron de pie sobre el estacionamiento; Camila no había regresado ahí desde que tuvo la valía para enfrentarse a sus padres y salir del país.

—¿Estás bien? —preguntó Armando ante la mirada atónita de su hermana.

Estaba plenamente consciente que nadie se encontraba en la casa, sin embargo sentía como sus latidos aumentaban a una velocidad espeluznante. Era como si estuviera visitando una casa del terror donde probablemente encontraría fantasmas o una entidad demoníaca; no obstante el terror al pasado era lo que realmente le estaba atemorizando y la tenía afuera de la casa con los pies incrustados sobre el fino pasto.

—No estoy segura de entrar —espetó en voz baja— estar aquí me trae muchos recuerdos.

—Descuida, yo estoy contigo —Entrelazó su brazo con el de ella y convirtió la atmósfera en un ambiente cálido y reconfortante.

Camila respondió a aquel acto con una iluminada sonrisa de ojos cristalinos. Atravesaron la puerta con la llave que aún tenía Armando; la casa estaba en un profundo silencio puesto que las personas que se encargaban del mantenimiento llegarían hasta la mañana siguiente y la callada noche se apoderaba del hogar que una vez fue de los hermanos Mendoza.

Armando encendió la luz de la sala, se quedó unos pasos atrás de su hermana mientras que ella recorría con la vista el lugar; de pronto se dió cuenta de una inquietante particularidad.

—¿Por qué no hay ninguna foto mía? —inquirió acercándose al gran librero marrón de la estancia. Su voz sonaba arisca; no era algo que realmente le ocasionara dolor, pero internamente la alienaba de ese lugar al que se suponía debía llamar casa.

—Las quitaron meses después cuando te fuiste —apenado bajó su rostro y su voz.

—¡Me quiero ir de aquí! —Su voz denotaba molestia, y sus pasos presurosos se acercaron de nuevo a la puerta cuando fueron obstaculizados por su hermano.

—Espera Camila, solo ve a tu recámara un momento —suplicó delicadamente.

—¿¡Para qué!? Para mirar cómo se deshicieron de mis cosas, y cómo acuden a mí solo para quitarse toda esa culpa por el fracaso de padres que son —Las palabras de Camila escaparon con ímpetu, no pudo aguantarse más todo lo que le producía ese lugar.

Había estado tratando de volver a tener una relación con ellos, y poco a poco parecía estar lográndolo, sin embargo aún no estaba preparada para regresar a ese lugar. Parecía haberse transportado a esa joven rebelde que discutía con sus pares una noche como esa; recordó los gritos, las palabras altisonantes y la foto familiar destrozada en el suelo, se miró con la maleta en mano huyendo de su casa. Por un momento volvió a sentirse desprotegida.

Yo soy Betty, la fea: cuestión de tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora