TIEMPO A MI FAVOR

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Todos esos años en los que habíamos prescindido de la presencia de mi hermano, me había resignado a dar la cara por mi padre en la publicidad, las relaciones públicas y las negociaciones; sobre todo en últimas fechas, en las que Lucas ya no contaba con la misma fuerza y vigor que antes.

Mi padre ya no era un jovenzuelo.

No recordaba mucho de cómo era antes de la muerte de mamá, pero sí lo hacía de ese hecho en adelante.

Luego de que faltara Karen, lo vi envejecer con prontitud. La tristeza había mermado sus bríos y la soledad tampoco había sido condescendiente. Así de intenso era el amor que sentía por mi madre, tan intenso y significativo como para que su cuerpo y juventud se marchitaran cual flor carente de cuidados y atenciones. Como una planta a la que le niegas la luz intensa del sol y la frescura del agua.

El salón se hallaba muy concurrido, inversionistas, sus esposas, familia de estos; lo que solía parecerme chocante de pactar con empresarios, se concentraba en un solo sitio con la iluminación tenue y mobiliario decorado por centros de mesa atildados con flores, cristales, candelabros y velas. No me gustaba la adulación tan apabullante que Lucas recibía en torno a nosotros, me advertía como esos animales enjaulados en los zoológicos, siendo acosado por las miradas sorprendidas de las solteras en derredor. Un animal simulando ser lo que en realidad no era.

Adulaban a una mentira.

A un disfraz.

El espejo en mi recámara me lo había revelado a gritos. Era yo, Chase Messer, pero enfundado en cachemir y siendo castigado por la incómoda pajarita que parecía no querer que llegara con vida hasta el final de la noche.

Sofía y Shaun, en cambio, eran como peces nadando en un arrecife.

¿Y cómo no, si ambos estaban acostumbrados a ser el centro de atención, a desenvolverse en público y a ser admirados como celebridades?

Después de todo, ella había crecido en el ambiente de los negocios de su padre y él, había recibido la educación indispensable para dar lo mejor de sí sin temor a ser ridiculizado. Lo mío, era el ganado y montar a mi caballo; no sabía de etiquetas, pero así era feliz.

Entonces, se preguntarán el porqué de simularlo. Por qué ser diferente cuando podía presentarme a tal evento como lo que era: Un vaquero al que le encantaba la vida en el campo.

Pues bien, les diré que por un rato quise saber lo que se sentía ser como mi hermano. Lo que se sentía guardar modales. Y, ¿saben qué? No me cayó ni tantito en gracia.

Después de todo, "el hábito no hace al puto monje", ¿cierto?

— ¿Quieres bailar? —escuché la cuestión a mis espaldas cuando miraba hacia todos lados, tratando de decidir si continuar con mi mala interpretación de caballero o salir corriendo a mi refugio personal.

"El poder de la pasión" (E. I. 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora