ENTRE OSOS PARDOS Y BESOS ROBADOS

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A la mañana siguiente, desperté muy temprano gracias al barullo proveniente de la intemperie. Se escuchaban risas y gritos que tentaron mi curiosidad como si fuese una niña pequeña deseosa por conocer los secretos del mundo entero, por eso me incorporé haciendo a un lado el edredón y bajé de la cama con cuidado, poniéndome las pantuflas rosas de peluche que Shaun tanto criticaba. Me molestaba con la idea de que eran un tanto infantiles para mi edad pero, la verdad me fascinaban por cómodas y calentitas. Muy útiles para los crudos inviernos —como los de Montana—, pues mantenían mis fríos pies asombrosamente cálidos.

Encendí la lámpara de noche por evitar caer de bruces en medio de la penumbra. Todavía no había amanecido en totalidad. No existían vestigios de rayos de sol colándose por las cortinas. Luego recordé que la vida en el campo era así, la gente madrugando al trabajo mucho antes de que desapareciera la última estrella nocturna del firmamento.

Avancé unos cuantos pasos hacia la ventana y como no queriendo ser notada, hice a un lado los tejidos que la cubrían asomándome lo suficiente, para alcanzar a enterarme de lo que sucedía.

Lo primero que vi fue a Chase montado en Demon y me pregunté, cómo hacía para estar tan espabilado después de una noche de desvelo en la que hubo mucho tequila, el reencuentro de mi novio con el enigmático Anoki, pláticas plagadas de testosterona, remembranzas de las que yo no tenía ni el más remoto conocimiento y cátedras sobre la producción de tequila y la venta de ganado de la última temporada. Claramente una reunión de la que perdí el hilo posteriormente del primer shot, que tuvo repercusiones en mi sentido de la orientación.

¿Pero qué iba a hacer ante la insistencia de mi futuro suegro?

Lo difícil fue tomar el primero, los demás los engullí como si fuese una experta en el arte de la bebida. Porque beber es un arte. Uno en el que debes aprender a controlar al licor antes de que sea el licor, quien te controle a ti.

Envidiaba al mayor de los Messer. Lucía como si hubiese ido a dormir nada más caer la noche, tan fresco como una lechuga mientras que a mí, parecía que la cabeza me iba a reventar y el estómago a devolverme todo lo que traía dentro.

Vestía muy parecido al día anterior, con pantalones vaqueros deslavados que se pegaban a sus piernas flexionadas contra los costados del enorme equino, como si fuesen una segunda piel. Una chamarra de cuero negra con lana blanca que se le escapaba por el dobladillo del cuello, haciendo juego con su texana y los guantes que traía en las manos. Eso me indicaba que el día prometía ser demasiado gélido y terminé por comprobarlo, nada más captar el instante en el que su magnífico pura sangre reparó, al mismo tiempo que lanzaba un relinchido potente liberando vapor por hocico abierto de par en par.

"El poder de la pasión" (E. I. 1)Where stories live. Discover now