— No vuelvas a acercarte a mí jamás —espetó entrecortadamente, saliendo de las caballerizas con el coraje y la desilusión emanándole por los poros.
Azotó la puerta y con el sonido ensordecedor que produjo, también se me estrujó el alma.
Le había dicho cosas muy hirientes, tan hirientes que el pecho me escoció al pronunciarlas, al mismo tiempo que mi boca se tornaba reseca. Quise salir corriendo detrás como si una fuerza externa sobre la que no tenía ningún control me impulsara, obligándome a moverme; sin embargo, tuve que hacer uso de todo mi autocontrol si lo que me proponía era hacer que me detestara.
DETESTARME.
La palabra sonaba estremecedora en mi mente; no obstante, al pensar en mi hermano, en lo que le estaba haciendo al desear a la que iba a ser su mujer, la concepción tomó algo de sentido. Le había mentido en todo. Cada palabra, cada enunciación. Quería tomarla, hacerla mía. Anhelaba fundir mi cuerpo con el suyo más que cualquier cosa.
Audrey no era un juego, no era un fervor momentáneo y la prueba de ello eran esas ganas de ella que todavía seguían latentes, que todavía me asfixiaban pese a comprender que era prohibida.
Aunque sí hubo un punto en el que fui total y completamente sincero.
Estaba acostumbrado a darles a las mujeres lo que pedían, a experimentar con su placer y luego, cuando estaban totalmente saciadas, ellas se encargaban de solventar el mío.
Con todo y eso, con ella se sentía diferente. No era un experimento de tantos ni llegaría a serlo.
"Tengo que prepararme para mi encuentro con Sofía". Recordé la frase con la bilis amargándome el paladar.
—No solo eres un hijo de puta —me dije en volumen alto, riñéndome por mis pendejadas —. También eres un gran imbécil de mierda.
¿Prepararme?
¡Por favor! ¡Si Sofía era a quien menos me apetecía ver!
Inhalé profundo y exhalé del mismo modo un par de veces, buscando apaciguarme.
Mi interior estaba en llamas, más era mejor así. Bastaba con guardar mis distancias hasta que su estancia en el rancho concluyera, para acabar con esa pasión poderosa que me carcomía vivo.
Decirlo me resultaba fácil pero, sabía que lo difícil sería llevarlo a la práctica; sobre todo cuando su perfume frambuesa se había quedado impregnado en mi camisa y en mi piel. Respiraba y ahí estaba, inundando mis sentidos como un elixir, un embrujo que había lanzado para enloquecerme, para desquiciarme.
ESTÁS LEYENDO
"El poder de la pasión" (E. I. 1)
Romance"Se habla sin cesar contra las pasiones. Se les considera la fuente de todo mal humano, pero se olvida que también lo son de todo placer". Desde que tuvo uso de razón, Audrey Nollan tuvo un lema: "Seguridad es igual a felicidad", lema que se afianzó...