CHASE MESSER

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Fuimos recibidos por Lucas Messer a penas dar el primer paso en el interior de aquella estancia rústica. El piso rechinó bajo las suelas de mis zapatos negros de tacón y de pronto, me sentí demasiado citadina.

El suelo era de madera acabado en un tono rojizo, haciendo juego con el rojo del fuego ardiendo en la chimenea. Sobre esta y a manera de ornato, incrustados en el muro de piedra había tres rifles y un retrato. Cada una de las armas, llevaba grabadas las iniciales de sus dueños.

El que encabezaba la formación era plateado, con la culata color miel y las letras C. M. en mayúsculas, como distintivo. Los otros eran iguales entre sí: metal negro y culata de madera de pino en tono natural, pero con las iniciales S. M. y E. M. respectivamente.

No fue difícil adivinar a quienes les pertenecían.

Los muebles de la sala, concordaban con el estilo campirano. Estaban revestidos en tono chedrón con molduras de madera, formando un semicírculo de tres piezas. En el centro, la piel oscura de un animal servía de alfombra, bajo una mesita.

El retrato, por su parte, era una obra de arte en la que posaba una mujer hermosa de abundante cabello, largo y ondulado. Su mirar de ojos marrones expresaba serenidad, adornando un rostro labrado y de nariz pequeña; el rostro de una muñeca de porcelana arropada por un vestido sencillo color camel cuyos tejidos, se fundían a su exquisita figura.

—Es mi madre —añadió el ojiazul como única frase, seguramente ante mi inminente hipnotismo.

Adentro estaba cálido. La gelidez del exterior se había evaporado, había huido al contemplar aquellas llamas que amenazaban con convertirlo todo en cenizas.

"Maldito frío cobarde". Pensé. Tan cobarde como me percibí al ver al progenitor de Shaun bajando apresuradamente las escaleras, proveniente del segundo piso.

Sí, yo era el invierno y él, la madera incendiándose.

Abrió los brazos de par en par, como un cóndor preparándose para emprender el vuelo.

Y su sonrisa.

¡Oh, Dios!

Parecía cosa de otro mundo.

Era la sonrisa de un padre dichoso por volver a ver a su hijo ausente. Sus dientes, perfectamente alineados, habían tomado un tono amarillo que seguramente el tabaco consumido por años, les hubo impregnado. Su cabeza de cabellos cortos y lacios, estaba cubierta de los hilos de plata que el paso del tiempo y la edad no perdonan, al igual que el poblado mostacho que nada faltaba para esconderle los labios.

"El poder de la pasión" (E. I. 1)Where stories live. Discover now