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Singto Prachaya nunca pensó que volvería ese lugar. La última vez que lo hizo estuvo a punto de mandar todo al demonio, su estado anímico prendía de un hilo y el cansancio mental superaba con creces al físico.

Le parecía increíble. De hecho, aun estando ahí parado no hallaba palabras para describir exactamente sus sentimientos. No pensó que llegaría el momento de visitar la tumba de Dean.

Le tomó una jodida semana decidirse completamente a hacer esto. A penas volvió a su cabaña, aquél pensamiento lo invadió y ahora, estaba ahí. Recordando su muerte y entrando en pánico.

No fue fácil encontrar el cuerpo del chico. Luego de su muerte, fue tirado en un lugar lejano como si no valiera nada. Singto jamás se sintió tan miserable en su vida como aquella vez, luego de que recuperara la memoria y fuera consciente de lo que hizo se sumió en la tristeza y culpa. Contrarió a su padre quien olvidó el asunto como si no se tratara de nada y fue en busca del cuerpo sin vida de su amigo.

Ahora, estando ahí parado, frente a aquél árbol cubierto de arbustos y lindas flores, se encuentra la tumba de Dean Rattanon; justamente a unos metros más alejado del estanque donde suele ir cuando necesita pensar. No tuvo demasiado tiempo en ese entonces para hacer algo decente por él, así como tampoco tuvo el suficiente tiempo para pedir perdón por lo hecho. En su afán y desconsuelo apiló como pudo algunas rocas y con una navaja grabó en el árbol el nombre del muchacho.

Desde ese día, hoy iba a ser la primera vez que visitara ese lugar. Jamás tuvo el valor ni la fuerza suficiente para pararse en ese lugar sin martirizar su mente, o revivir el momento exacto en el cual la sangre manchó sus manos, y el cuerpo sin vida de Dean caía bajo la mirada atenta de su padre y la suya misma.

Había acabado con la vida de muchos más, no tuvo piedad, su expresión siempre era la misma cuando terminaba un entrenamiento. Esos pobres chicos no eran lo suficientemente fuertes para dejarlo tirado justo como su padre lo hacía; tampoco tenían la fuerza para dejarlo inconsciente y con heridas que muchas veces rogó que acabaran con su pobre existencia.

Él lo sabía, su padre y todos los soldados lo sabían. Aun así era su obligación si quería ser reconocido, debía dejar sus sentimientos de lado para poder cumplir y ganar algo de la confianza de su padre. Aunque todo se fue al demonio cuando el cuerpo de Dean estuvo frente a él sin vida.

En ese momento su mente se perdió y conoció por primera vez el terror y la culpa. Estuvo triste por el abandono de su madre, vivió como un soldado y lo único que se había permitido sentir hasta entonces era apatía, resentimiento y una fuerte necesidad de aprobación; además de la poca felicidad que le otorgaban los momentos junto a sus mejores amigos.

Por eso con Dean fue tan diferente. Porque en ese momento comprendió que no importaba cuantas cosas hiciera por tratar de complacer al líder. Nada de lo que hiciera iba a ser suficiente, y solo pudo comprenderlo en el momento en el que acabó con su amigo, porque días después recibió una paliza por no ser lo suficientemente fuerte. Aquello que lo llevó a sumergirse en una profunda depresión. Todo a costa de su poca estabilidad.

Se arrodilló frente al montón de rocas que aún seguían igual a como las dejó hace cuatro años. La hierba y maleza había crecido demasiado, sin embargo, el montículo de rocas lograban sobresalir un poco. Después observó el nombre grabado en el árbol y un nudo se creó en su garganta, con los recientes sucesos aun le parecía algo irreal y una pasada total que aquél chico fuera su medio hermano.

Tomó aire y se sentó justo en frente. Primero trató de quitar toda la hierba y pasto posible para dejar despejada la zona; luego dejó un pequeño ramo de crisantemos blancos apoyados en la lápida improvisada y finalmente se quedó pensando y viendo fijamente las flores.

𝕊𝕠𝕝𝕚𝕥𝕒𝕣𝕚𝕠 (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora