Capítulo 42: Libres

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A la familia de Dan le costó más de una vez acostumbrarse a mí

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A la familia de Dan le costó más de una vez acostumbrarse a mí. Fui al festejo de su cumpleaños y luego a otra cena un poquito más íntima, solo con sus papás, el abuelo Francis, la abuela Inés y Camila. Pero, como no volvimos a hablar abiertamente sobre lo que pasó en nuestras anteriores vidas delante de ellos, fue más fácil que lo dejaran atrás.

Dan y yo lo hablamos cuando estábamos a solas y me permitía descargar con él todos los momentos de llanto desequilibrado y depresiones que se iban y venían así, de la nada.

Bueno, de la nada no, pero esos días me la pasaba en un estado de bipolaridad latente. A veces, estaba tan distraída con los esfuerzos de mis hermanas y mis papás por divertirme, que no tenía tiempo de acordarme de mis angustias y llorar. Otras veces, estaba viendo la televisión lo más tranquila y se desencadenaba todo sin que tuviese manera de preveerlo.

Pero no estaba sola y eso me daba mucho alivio. Dan y yo íbamos al cine, a comer, a caminar, a jugar al bowling. Nos divertíamos tal y como lo hacíamos durante nuestros primeros meses de casados y él no tardó en asociar algunas de nuestras actividades con recuerdos que hasta el momento tuvo bloqueados.

Era curiosa la manera en la que uno percibía su vida anterior. El velo que tenía sobre las memorias de Daria me ayudaba a despegarme de nuevo de la violación y sentirlo otra vez como algo que le había sucedido a otra persona. Por desgracia, los de la última noche seguirían y me perseguían las pesadillas y los sueños en los que veía nacer a mi bebé. Despertar y que él no estuviese en mis brazos era desgarrador.

Mamá era quien me ayudaba más con eso. Como madre, era quien más podía entenderme y ayudarme a pasar los momentos traumáticos y aunque al principio no tenía ganas de seguir hablando del tema, me hacia bien hacerlo todas las veces que soñaba algo así. Sobre todo, porque tenía tanas ganas de tener a mi bebé que sentía que era capaz de embarazarme de nuevo a los veinte con tal de llenar mi vacío.

Eso, particularmente, no se lo decía a Daniel, porque sugerirle ser padres a esa edad con tan poco tiempo de noviazgo era un delirio. Mi lógica también me decía que tenía que esperar y vivir mi vida, la de Brisa, a mis tiempos. Yo tenía sueños y proyectos que cumplir, tenía mucho por delante para tener un bebé. Daniel también y era cierto que en 2017 las posibilidades de ser independientes y poder mantenernos era tan lejana como el año 1944.

—¿Y qué hago? —le dije a mamá una madrugada, cuando ella me escuchó llorando después de un sueño—. Se sintió tan real, como si todavía lo tuviese en mis brazos. Tocar su piel, sus manitos... —murmuré—. ¿Cómo hago para dejar de sentir tantas ganas de tenerlo?

Mamá suspiró y me limpió las lágrimas de la cara.

—No tengo una respuesta para eso, hija —me dijo—. Pero a mi lo que me parece es que te va a costar hacer un cierre.

—No veo como cerrar esto —contesté, señalándome la panza—. Siento que esto nunca se va a terminar. Y en esto, por más que Dan me diga que podemos hablarlo, sí estoy sola. Porque para él fue hace mucho.

La memoria de DariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora