Capítulo 10: La dulzura de un sueño

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Capítulo 10: La dulzura de un sueño

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Capítulo 10: La dulzura de un sueño

No fue lo que yo esperaba.

En primer lugar, porque no lo esperaba. En segundo, porque él fue muy cuidadoso, como si besarnos fuera algo más que una imprudencia. Nos quedamos los dos conteniendo el aire, con los labios juntos y sin poder pensar en nada más.

Me sostuvo de los brazos, sin apartarme, y, por supuesto, yo busqué más. Me aferré primero a su nuca y tiré de él levemente hacia mí, ansiosa por probar de verdad el sabor de su boca, porque para mí algo tan casto solo me aceleraba el pulso sin satisfacerme.

Pasaron al menos tres segundos más hasta que él me devolvió el beso, llevando una de sus manos a mi cintura. Tal y como me pasó en el río la última vez que sus dedos se tensaron en mi vestido, sentí un hormigueo en el abdomen.

Tiré más de él, apretando sus labios contra los míos y disfrutando de su suavidad y su calor. Él me aferró de verdad, con ganas, agarrándose de mi vestido como si de la nada tuviese que contenerse. Deslicé mi mano por su cuello hacia su mandíbula y él entreabrió la boca, en medio de un suspiro que me dejó las piernas de gelatina. Sin embargo, cuando estuve a punto de intentar ponerme más atrevida, me separó y me miró directamente a la cara.

—Intentémoslo —dijo, agitado y tembloroso, como si nos hubiésemos chapado hasta casi ahogarnos. No había sido así, pero si para mí había sido dulce y sensual aún con lo corto, para él, que podría ser quizás su primer beso, tenía que ser intenso.

Me agarró la mano que había puesto en su mandíbula, como si quisiese detenerme antes de que la llevara al cuello de su camisa y me estrechó levemente contra su pecho. Tragué saliva, pero porque se me había acumulado en la boca del deseo.

—¿Qué cosa? —dije. Yo estaba pensando en beso con lengua, nada que ver.

Daniel me miró con tanta intensidad que mis piernitas ya de gelatina se iban a convertir en juguito. Si no me hubiese estado sosteniendo, estaría pasando vergüenza casi arrodillada delante de sus pantalones.

—Casarnos —soltó, llevándose mi mano a los labios.

—Ah —dije, dándome cuenta de lo idiota que yo era—. Casarnos —repetí, como una boba, mientras él me daba un beso cariñoso en los dedos.

—Yo sé lo que sentís sobre esto. Yo también te dije que no quería casarme. Pero... pero me gustas. Y de verdad siento que no me molestaría casarme con esta Daria, que es divertida, simpática e inteligente —añadió, con un tono efusivo. Sus halagos hicieron que tuviera que desviar la mirada, porque no pude seguir viendo sus ojos y no cometer algún acto impúdico. Me quedé callada, pensando que así podría contenerme más—. Siempre creí que eras linda, preciosa, pero no había... No podía conectar con vos de ninguna manera. Antes sí me daba miedo casarme, ahora no.

La memoria de DariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora