Capítulo 36: Recuerdos turbios

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Capítulo 36: Recuerdos turbios

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Capítulo 36: Recuerdos turbios

Perdí la noción del tiempo. En algún punto, volví a lloriquear. Cuando pensaba en todo lo que había pasado para llegar ahí, a sus brazos otra vez, me quebraba de nuevo. Entonces, Daniel me abrazaba y me susurraba más palabras hermosas y me calmaba otra vez.

Él era silencioso, no lloraba fuerte como yo y de alguna manera supe que para él no era lo mismo que para mí. Él no acababa de volver de 1944; había sido distinto.

—¿Querés agua? —me preguntó, en voz baja, mientras se alejaba brevemente de mí—. Daria...

—Estoy bien, no quiero que bajes —le dije, atrayéndolo a mi pecho otra vez.

—Tenés la garganta ronca —me dijo.

—No importa, tomo agua de la canilla del baño.

Se empezó a reír cuando anudé las manos alrededor de su espalda, con tanta fuerza que podría haberlo partido al medio.

—¿Segura?

—¿Y qué pasa si te vas abajo y no te vuelvo a ver? —musité, apretándolo más—. La última vez que fuiste a buscarme agua, no te volví a ver...

—Sh, no —me dijo, de pronto. Me agarró las manos y me obligó a separarme lentamente de él—. Las cosas son distintas ahora, no tenemos por qué pensar en eso. Fue hace mucho, en otra vida. No tiene caso recordarlo más. Ya lo hablamos recién, listo.

Negué, mirándole la cara en penumbras.

—Ay, Dan —contesté, con los ojos llenos de lágrimas otra vez—. No tenés idea de lo que eso fue para mí.

Sus dedos se detuvieron en mis lágrimas, que ya habían vuelto a bajarme por la cara.

—Me imagino como fue. Te dejé sola con él.

—Verte morir fue horrible —gemí—. Pero fue más horrible porque yo sabía que iba a pasar. —Se quedó callado, mirándome, analizándome; pensaba en mis palabras y en lo que debería decir sobre eso. En cambio, yo me limpié los cachetes con la manga de mi buzo. Me pasé las manos por la nariz, también, porque tenía miedo de estar perdiendo todos los mocos de mi vida y sorbí ruidosamente—. Creo... creo que tenemos que ir por partes.

Daniel asintió, dubitativo.

—Empezando por primero darnos muchos besos, por favor —dijo, ayudándome a ponerme de pie. Me abrazó una vez más y entonces me sentó en la cama, como si tuviera miedo de que mi debilidad todavía me hiciese caerme estando de pie. Me dio un corto beso en los labios y entonces puso las manos en mis hombros—. Y sabes, tenemos mucho tiempo para hablar de esto, no tenemos por qué decir todo... todo eso ahora.

Suspiré. Yo prefería decir todo de una; él parecía que no. Estaba en realidad tan cansada que quería terminar pronto. Además, en mi caso no había tanto tiempo. Tenía que volver a casa el lunes.

La memoria de DariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora