Capítulo 32, parte 2: El rostro de la foto

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Capítulo 32, parte 2: El rostro de la foto

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Capítulo 32, parte 2: El rostro de la foto

DANIEL

Le agarré la cabeza antes de que se la diera contra el suelo. Se me congelaron los dedos al tocarle el pelo húmedo y tardé solo un segundo más en notar que estaba toda mojada. Se debía de haber caído al agua.

Empecé a temblar, pero de pánico. Tenía una ligera idea de lo que tenía que hacer, pero solo la teoría, y podía hacerle mucho daño en el proceso. Apenas mirándole la cara, tragándome todo lo que ese rostro me provocaba, sin pensarlo demasiado más, la levanté como pude. Busqué mis llaves en el bolsillo de la campera y las metí a la fuerza en la cerradura.

Empujé la puerta, casi arrastrando a la chica por la entrada y jadeé cuando razoné que la única bañadera estaba en el piso de arriba. Puteé en voz baja y la sujeté por debajo de las axilas antes de pasar mi brazo por debajo de sus piernas.

Era peso muerto y eso era lo que más me aterraba también, porque parecía muerta. Estaba helada, pálida y apenas respiraba.

Subí las escaleras con esfuerzo y lo más rápido que pude, pero al llegar a la puerta del baño empecé a cansarme. Logré entrar y abrir las canillas de la bañadera antes de que fuera más tarde. Metí una mano bajo el chorro y me dije que no era lo suficientemente caliente. El termo tanque iba a tardar en mandar más agua y era un milagro, seguro, que se me hubiese ocurrido prenderlo antes de irme a comprar.

Pero no podía hacer otra cosa. Me aboqué a ella y le saqué las botas y le saqué el suéter chorreante y frío. La metí dentro de la bañadera que apenas se estaba llenando, extremidad por extremidad, hasta que estuvo toda dentro. Sin mirarla realmente, volví a controlar el agua y me aseguré que saliera un poco más caliente, solo un poco. Si venía más caliente de golpe, podía provocarle un choque térmico.

Durante los siguientes tres minutos, eso fue lo que hice. Tomarle el pulso, controlar la temperatura del agua, no mirarle la cara demasiado...

Entonces, cuando la bañadera estuvo a la mitad, tibia, abrí más la canilla del agua caliente y empecé a sacarle el resto de la ropa. Las medias fue lo primero y apreté los dientes cuando le vi los dedos muy, muy pálidos.

Carajo —gruñí. Estaba en el borde de la hipotermia y se me podía morir ahí mismo.

Procedí a mirarle bien los dedos de la mano y entonces la hundí un poco más en el agua. Su pulso estaba lento y ella parecía un poco más tibia, pero no iba a ser suficiente si no podía subirle la temperatura.

—Un termómetro —me dije y salí corriendo del baño. Hurgué en todas las habitaciones de esa vieja casa y encontré un viejo termómetro de vidrio del año de la fundación de ese pueblo, seguro, en un cajón de una cómoda de la planta baja. En el camino, antes de volver al piso superior, agarré el celular y empecé a marcar los números de emergencia de La Cumbrecita. Ninguno me contestó a primera mano, así que directamente por el de Juan Cruz, un buen amigo de la infancia que ahora era médico de guardia de la salita—. Soy yo —le dije, antes de entrar al baño—. Vení ya, tengo a una piba con hipotermia. Seguro que se cayó en el agua. Parecía un poco desorientada, pero ahora no está consciente y eso me preocupa. Los dedos están blancos, MUY blancos.

La memoria de DariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora