Dieciochoava parte

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_-Dieciochoava parte
         _El rey y el niño agotado

Desde que tenía memoria todo lo que había aprendido o conocido era status, estar en la cima de la pirámide sin importar los que pisaran, ser el amo de todos aún si no era nadie. Él lo sabía, no era nadie en el mundo como para creerse todo, pero todos le decían lo contrario con unas sonrisas mal formadas que le provocaban náuseas cada vez que las veía. Desde que nació llevó el apellido Malfoy por obligación, para todos era como una corona invicible de oro con joyas puras reluciendo ante todos como una estrella, pero para él era una cadena de la piedra más pesada, indestructible, incluso si llegaba a suicidarse este aún estaría en su lápida por la eternidad atormentandolo aún sin estar presente.
Nunca quiso creerlo, pero era débil. Todas las mañanas se levantaba en su celda de oro y se preparaba mentalmente para otro día de condena, al salir de su cuarto ya no era el simple chico cansado con ganas de acabar todo, al salir del cuarto él era un Malfoy hecho y derecho, un chico nacido para dar órdenes a todos y reinar como todo un poderoso Dios. Pero todas esas sonrisas le asqueaban, no le gustaba su porte, no le gustaban los bailes, no le gustaban las etiquetas, no le gustaba ser un Malfoy. Por eso al volver a su cuarto desaparecía esa sonrisa forzada, volvía a ser un chico agotado con ganas de acabar con todo, solo era Draco en esos momentos de paz. Apreciaba a Draco a pesar de que era un niño débil, después de todo era el único que podía sentir y llorar sin tener un plan de por medio, solo era él y su interior. Por eso siempre había deseado ser solo Draco, pero nunca habían cumplido sus deseos las estrellas que con tanto brillo acudían a su ventana.

Los primeros amigos que tuvo solo fueron dos peones más en su tablero de ajedrez, eran los guardianes de su celda dispuestos a atacarlo si intentaba escapar. Ellos también habían sido educados como los reyes del mundo y al final se lo habían creído. Malfoy tenía dos nombres nuevos que agregar a su interminable lista de esclavos. En cambio Draco aún tenía su papel vacío, limpio, sin ninguna mancha más que la de las lágrimas.

Su prometida se le fue impuesta en cuanto cumplió los 10, siempre había leído sobre historias de amor interminables de un príncipe y una princesa enamorados por un primer encuentro. Malfoy nunca había salvado a una princesa, ni hubo un primer encuentro para enamorarse, sólo estaban ahí unidos por un acuerdo de manos. Su prometida era bella, Malfoy no lo negaba, ella siempre sonreía ante todos, bailaba con elegancia, tenía una postura recta y nunca había algo mal en ella. Para Malfoy su prometida era perfecta.
Pará Draco solo era una cadena más que cargar, ya tenía sus piernas cargadas con cadenas y piedras grandes, ya no podía moverse con libertad ni en su propia habitación. Había cerrado la ventana tapando la con las cortinas para que ninguna estrella volviera a verlo, estaba enojado con ellas, ninguna lo escuchaba cumpliendo su deseo de ser Draco aunque sea por un ahora más.

Para cuando cumplió los 11 supo que la vida de Malfoy no era suya, los hilos que lo manejaban estaban en los dedos de su padre. Todo estaba planeado, desde que debía comer en las mañanas hasta lo que haría a los 60 años. Malfoy estaba de acuerdo, él era un rey, un rey debía obedecer a su padre para luego mandar él a su hijo como un buen Dios debe hacer.
Draco ya había destrozado su cuarto gritando, odiaba las estrellas, odiaba todo, había olvidado cuando había sido su último deseo, quemó en la chimenea su lista de amigos aún vacía, cortó el árbol familiar que con tanto cariño había hecho hace años en honor a los Malfoy. Draco odiaba todo, se estaba ahogando en un interminable océano y nadie lo ayudaba, tan solo Malfoy se quedaba ahí parado observándolo con su sonrisa burlona de siempre, con su porte recto y su corona de oro en su cabeza.
Draco simplemente se rindió, dejó que el agua se lo llevara sumergiéndose en lo más profundo de su conciencia junto a los peces muertos, perdió la esperanza, ya no quiso ser Draco, ya ni siquiera quería ser algo. Solo quedó ahí en el fondo llorando como el chico agotado que era con ganas de acabar todo y nunca pudo hacerlo.

Malfoy se había adueñado de todo, su vida, sus sonrisas, su postura, las acciones que hacía, las decisiones que tomaba, todo era del rey Malfoy.

Aquel día el rey sabía que no iba a ser un día ordinario, hoy no era día de práctica de baile o una sesión de postura. No, hoy era un día especial por el simple hecho de que dejaría su reino para ir a estudiar a la escuela de magia y hechicería Hogwarts.

Se levantó con una sonrisa en el rostro, se colocó sus mejores ropas, desayunó con elegancia y junto a sus padres llegaron a la estación en donde tomaría el tren. Se subió junto a su amigos y escogieron un vagón vacío en donde se sentó junto a su prometida. Hablaron de muchos temas, les emocionaba el entrar como los grandes sucesores orgullosos del mañana. Malfoy estaba orgulloso, el sería el próximo rey junto a su prometida trabajando por el mundo mágico en un buen rumbo.

Malfoy alzó su cabeza con orgullo cuando las puertas del gran comedor comenzaron a abrirse, su paso seguro y su postura recta demostraba su superioridad a cada persona que le veía. Esperó con paciencia su turno, todos los nombres que salían los guardaba en su mente para luego anotarlos en su lista de esclavos.
Cuando su nombre resonó entre los muros camino con pasos seguros hasta el taburete, ni siquiera fue necesario que pusieran el sombrero en su cabeza, como su buen padre le había dicho y el seguiría con orgullo quedó en Slytherin. Con la misma sonrisa caminó hasta su mesa en donde sus amigos le sonrieron con orgullo, se sentó con elegancia y observó a los profesores quienes en silencio observaban a su alrededor.
Siguió observando hasta que una mata revoltoso de cabellos llamó su atención, había un niño sentado junto a los profesores observándolo con un evidente sonrojo en su rostro. Hermoso.
Fue en lo único que pensó al verlo, su cabello desordenado cayendo sobre su rostro delicadamente con ojos tan verdes como el color de la casa en la que estaba. Hermoso.

Aquel pequeño desconocido había captado su atención haciendo que caiga su corona de oro, aquel niño desconocido le observaba con tanta atención, había cariño en su mirada. Nadie le había mirado con ese cariño de hace bastante tiempo, desde que Draco se había ocultado en su cuarto creía.
No supo que hacer, tan sólo quería llamar la atención del niño un poco más para que siguiera mirándolo así. Tan solo se le ocurrió sonreírle con superioridad tal como lo hacía, aunque creyó que había hecho otra cosa por cómo reaccionó aquel chico.
Cenó de buena manera tan elegante como podía hacerlo, de vez en cuanto daba miradas hacia el chico quien comía de a poco a casi nada. Le parecía lindo.
El director se levantó dando unas palabras de ánimo y luego comenzó a hablar sobre la persona a su lado, de inmediato eso llamó su atención, podría saber el nombre del chico que había llamado su atención.
Harry Potter, se lo repitió varias veces antes de creerlo. Su padre le había contado muchas historias sobre eso y salia en los periódicos de vez en cuando, era una sorpresa que realmente fuera él. Harry, Harry Potter era hermoso.

Al terminar la cena se levantó junto al prefecto quien los llevaría a los dormitorios, caminó junto a sus amigos hasta la puerta en donde se giró para ver a Harry nuevamente. Se despidió del niño con una sonrisa y sin esperar una respuesta se dio vuelta saliendo del lugar, su prometida se colocó a su lado preguntándole que había hecho. Él no respondió, sólo pensaba en Harry lo bello que era.

Al llegar a su sala común no prestó atención a lo que decían los demás, solo se sentó en un sofá pensando en los ojos verdes relucientes de Harry, en su cabello rovoltoso y su forma de sonrojar se de una forma tan hermosa.
No prestó atención a las palabras de su padrino, su jefe de casa, al terminar se fue a dormir sin despedirse de sus amigos, dejó a su prometida sentada en el sofá y se encerró en su cuarto con una sonrisa boba.

Harry era hermoso.
Harry era muy hermoso.

Malfoy lo sabía, ni siquiera su prometida era tan bella como Harry. Lo quería. Quería esa sonrisa, esos ojos, todo eso para él.
No dudó, dejó a su amigos sentados atrás, no le importó el rostro despavorido de su prometida, tan sólo se acercó a él. Se veía hermoso con ese atuendo, su cabello revoltoso reluciente. Malfoy era un rey, un rey destinado a gobernar el mundo mágico, pero su prometida ya no estaba a su lado en ese maravilloso sueño. Ahora estaba él, Harry Potter sería su prometido, él lo sabía y no dejaría que nadie se lo negara.
Malfoy era un rey, un perfecto rey con un perfecto prometido. Eso él lo sabía.

Little BITCHDove le storie prendono vita. Scoprilo ora