Los gatos no van al cielo

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Erik esperaba, sentado junto a la ventana veía oscurecerse el cielo. Desde los altavoces llegaba la voz de Bon Scott, proclamando a quien quisiera escucharlo que estaba en la carretera al Infierno.

Sonrió a la grabadora, pensando que tenía una idea de lo que sentía el vocalista.

Las últimas palabras que Natacha le había dicho volvieron a su mente como un relámpago.

“Tranquilo, Gato, te guardaré un sitio especial. Ya nos veremos”

Natacha, con sus camisas de chico y sus ojazos verdes. Sonriéndole mientras hacían el amor.

Ella y sus frases rebuscadas: “La vida es una porquería, pero de una forma maravillosa”. Esa era su favorita. Incluso cuando ya no quedaba más que un saco de huesos en la cama de un hospital, ella continuaba diciéndola.

Gato se secó las lágrimas que comenzaban a correrle por las mejillas. Encendió un cigarrillo y se deleitó con la imagen ascendente del humo.

Ahora los recuerdos se agolpaban en su mente. Los apartó como a un insecto molesto, pero algunos de ellos insistieron en quedarse: la llamada en plena madrugada de los padres de Natacha, las palabras que había creído estar listo para escuchar y sin embargo lo habían golpeado igual que un mazazo.

—Erik, todo acabó. Ella se ha ido —las repitió en voz alta y aún así le costó creerlas.

Su Natacha, un resquicio de luz para su oscuridad, apagada para siempre por una enfermedad incurable.

Apagó el cigarrillo y salió del cuarto.

El apartamento estaba a oscuras, igual que dos años atrás, cuando llegó a casa y encontró la nota de su madre, diciendo que se iba a vivir a Miami con su nuevo esposo. Entonces parte de su mundo se derrumbó, al menos hasta la llegada de Naty.

“Su chica”, así le gustaba llamarla. Ella le devolvió una parte de sí mismo que consideraba perdida para siempre. Por su causa incluso había vuelto a su antigua banda… Y ahora el sueño había acabado.

—Bienvenido nuevamente a la jungla —murmuró.

Del respaldo del sillón tomó la camiseta de AC/DC, la misma que llevaba cuando la conoció.

Se acercó al balcón y contempló la noche. Doce pisos más abajo la calle aparecía casi desierta.

“Los gatos tienen siete vidas”.

La idea pasó ante él por un segundo y casi seguida llegó la respuesta:

“Perdí las otras seis cuando me anunciaron que Natacha y yo teníamos SIDA.”

—Espero que hallas cumplido tu promesa. Ya nos veremos.

Erik sonrió y saltó al vacío.




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