Perspectiva

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Yo he estado aquí por muchos años, en el mismo sitio, recostada a esta vieja pared que cada día pierde un poco más de pintura a pesar de los esfuerzos por mantenerla en buen estado. Tengo bastante tiempo en este negocio, y, aunque algunos lo consideren algo impúdico, para mí, que lo he visto todo, no es más que un poco de la naturaleza humana en estado puro y en plena ebullición.

Recuerdo, de todas las parejas que he visto transitar por este antro, a una muy especial. Ella era toda una dama, de unos 30 años quizás, puede que hasta estuviese casada y con algunos pequeños que cuidar. Él, apenas un chico que no pasaba de los 25 años, sonriente, con esa cara tan especial que tienen todos los jóvenes enamorados.

Llegaron una tarde de otoño; a simple vista parecían calmados y pacientes, sin mucho interés por lo que iban a hacer, pero una vez estuvieron desnudos, sus instintos carnales les traicionaron. Ella le susurró al oído lo mucho que le deseaba, él la tomó de las manos y se besaron con tanta pasión que de haber podido hubiese derramado unas lagrimitas.

Se tumbaron sobre mí y desencadenaron una danza de amor que nunca olvidaré. Dos seres tan diferentes que se querían como uno solo.

Lo más romántico fue el final de la velada, cuando cayeron rendidos de tanto quererse y permanecieron quietos sobre mí, abrazados como niños en una tormenta. Ella acariciándole el cabello y murmurándole lo mucho que lo quería, y él sonriente y exhausto, moldeando corazones en la carne del suave vientre de su amada.

Nunca más volvieron, no sé qué fue de ellos y su idílica historia de amor. Los tuve conmigo unas horas, durmieron arropados en mis mantas, pero no creo que hayan logrado consumar su dicha más allá de estas cuatro paredes.

Yo aún estoy aquí; en el mismo lugar en que estaré cuando pasen diez o veinte años más, a menos claro, que la dueña del local decida echarme a la basura. Pero, en ese caso, me llevaré todas las historias que he visto desde mi perspectiva de cama de un burdel barato.




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