Capítulo 4

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9.05 pm

Resonaban las ruedas del carruaje en el camino mientras los cascos de los caballos hacían aquella melodía rítmica. La noche estaba más oscura que de costumbre y la luna oculta por completo por una capa espesa de nubes. El silencio dentro del habitáculo era casi mortuorio, pero así lo prefería, no cruzar palabra y evitar que sus miradas se encontraran. Había aprendido con el paso de los días que era mejor ignorar su presencia a intentar hacer el mero reproche. Tenía tanto por recriminar, tanto por gritar, que sentía su corazón como un volcán ardiendo. Tragó saliva a medida que se acercaban a casa de Brooke y su pecho se apretaba nervioso preguntándose si soportaría ver el rostro de Walter u oír su voz sin llorar. Había pasado tan poco tiempo que se sentía incapaz de siquiera mirarlo directo a su cara.

Inspiró profundo al tomar la curva de la vieja calle dejando un tanto atrás las construcciones y dar paso a las arboledas. Quizás era la última vez, quizás la última prueba. Estaba devastada por dentro, hundida en la vergüenza y el dolor, preguntándose qué mal había hecho en su vida para merecer tremenda adversidad.

Secó con su pañuelo la lágrima furtiva que recorrió su pálida mejilla y de inmediato abrió la ventanilla para inspirar aire puro pues no le daría a Jane el gusto de verla llorar. Sus pulmones se llenaron por completo mientras la frescura de la noche acariciaba su rostro contrastando con aquellas lágrimas que no desistían. La humedad en el ambiente era demasiada y los truenos resonaban a lo lejos intimidando con sus alaridos a cualquier bestia. Un tanto más allá, la mansión iluminada con faroles y antorchas aguardaba su llegada.

Cuando el carruaje se detuvo en la entrada, ya se oía la orquesta y el murmullo encarnizado de las damas que se habían detenido en cercanías para divisar como claras chismosas, quienes llegaban.

—Qué bonita está la casa ¿no crees? —oyó el murmullo del áspid que la acompañaba y apenas levantó sus ojos sin pronunciar palabra. Jane sonreía entusiasmada con su cabello de oro cayendo en los costados de su rostro, sus labios de melocotón y aquella mirada inocente capaz de convencer a cualquiera excepto a ella.

— ¿Tan grande puede ser tu descaro Jane? —cuestionó sorprendida de que se atreviera a hablarle y el rostro de la muchacha demudo.

— ¿Y qué esperas que haga, Caddy? ¿Qué llore toda la vida y me arrastre en el fango de rodillas? —su sonrisa irónica era al extremo provocadora.

—Quizás esperaba que al menos te limites a no dirigirme la palabra...

—Sólo hacía un comentario para que dejaras de llorar como una Magdalena... ¿No te cansas de llorar y llorar?

— ¡Mejor cállate! —Apretó sus puños hastiada y salida por completo de sus cabales y entonces la puerta se abrió y la mano del cochero se extendió frente a ella recordándole dónde se encontraban.

Descendió y hubiera jurado que temblaba. Jane rápidamente se adelantó a reunirse con las hijas de los Riverdale y fue algo que agradeció. En la entrada, Brooke sonreía del brazo de su esposo mientras saludaba a las damas y fijó sus ojos en ella al avanzar, aunque sólo tenía en su mente la posibilidad de que Walter ya hubiera llegado y estuviera en algún rincón contemplándolas. Aquella idea la perturbaba en demasía. Volvió su mirada hacia el coche y deseó regresar a la casa con más fuerzas que nunca.

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