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Scarlett Jhonson
—Buuueeenooo, ya que se fue el estorbo—, Sonrió abiertamente causándome escalofríos.—¡Juguemos!—
Retrocedí instintivamente.
—No, por favor... Detente, Jack.—Cerré con fuerza mis ojos.
—Aquí se hace lo que yo diga, Scarlett.—Tomó mi cara con su mano garra y después miró con lujuría mis ropajes.
—No, Jack. Te lo ruego, ya no me hagas nada.—Ruego con lágrimas en mis ojos.
—JAJAJAJAJA ¿Y quién dijo que haremos “eso”?—Dice coqueto sonriendo de lado.—Pero si tú quieres... Por mí no hay problema, pastelito—.
Me empujó en la cama, subiéndose arriba de mí y empezó a lamer mi cuello, haciéndome temblar.
—¡Que no, Jack! ¡Detente!—Clavó sus colmillos en mi cuello y brotó sangre de la mordida.—¡Auch! ¡Jack, eso duele! ¡No me muerdas!—
—Está bien, te dejo en paz.—Se bajó de la cama e hice lo mismo, pero no deja de mirarme lascivo.
—¿Qué tanto me miras?—Pregunté temerosa.
—Eres mía, ¿No? Puedo mirarte y hacer lo que yo quiera contigo.—Sonrió coqueto.—Te pongo nerviosa, ¿Cierto?—
Bajé avergonzada mi mirada.
—¿Sabes? Creo que tienes que cambiarte de ropa para jugar, esa ropa no es la adecuada. Mira, conseguí algo mejor para ti.—Dice sacando una bolsa negra de su manga y me la entregó.
La recibí y abrí con temor la bolsa para mirar el interior y me encontré con un vestido a rayas blancas y negras.
—¿Quieres que use esto? ¿Y para qué?—Interrogué confundida mirando el vestido.
No entiendo para qué clase de juego quiere que use esto.
Jack sonrió como si estuviese estreñido.
—¿¡Acaso eres tonta o masticas agua!? JAJAJAJAJA—Reparé asustada por su repentina carcajada.—¡Eres tan inocente y divertida, Scarlett! ¡Siempre amé eso de ti!—
—Pues no entiendo cuál es tu motivo de risa, pero olvídate de que yo use esto.—Dije señalando el vestido.
Jack dejó de reír abruptamente asustándome un poco. Se acercó amenazante a mí y me acorraló en la pared estrellando con mucha fuerza sus manos a ambos lados de mi cabeza. Cerré con fuerza mis ojos por el fuerte impacto.
Jack me miró con una ira temible en sus ojos opacos.
Le tuve mucho miedo a ese cambio de humor tan repentino.
—Ya me estás hartando, caramelito agrio. Harás lo que yo te diga, te guste o no, ¿Y sabes por qué?—Me amenazó con su dedo garra colocándolo en mi mentón.—Porque puedo matarte en cualquier momento y cuando se me dé la gana. Y créeme que no será una muerte rápida, si no una muy lenta y dolorosa mientras tomo tu delicado cuerpo. ¿¡Has entendido!?—Asentí un tanto asustada.—¡Perfecto!—Aplaudió feliz como un niño.—Bueno, pónte hermosa porque esta noche vendré por ti y nos divertiremos como nunca—.
