Un trato es un trato

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No tuve el menor atisbo de remordimiento por dejar a Julie con Mobius. Después de todo, ella solita se había metido allí y alistado entre sus filas. ¿O no? Pobre diabla. No se había dado cuenta aún de que era tan imprescindible como cualquier otro, justo de la misma manera en que yo lo fui. Yo, si, con todo lo que hice.

Disfrutando secretamente de la venganza, pues esperaba que la aniquilasen allí mismo, acudí al encuentro de mi dama. Subí las escaleras y me introduje sin vacilar en el ala este de la finca, donde se alzaban las habitaciones.

No supuso ninguna sorpresa encontrar a Mia en el lecho de Laura, hecha un ovillo. Se había cubierto con las sábanas hasta la cabeza y lo único que asomaba era su cabellera negra. Por un momento pensé que mi hermana estaba de vuelta, pero aparté esa ilusión infantil y me senté en un extremo del colchón.

-Ya falta poco.- Susurré.

Poco para salir. Poco para volver a tener un cuerpo. Poco para reclamarla.

Habían zonas a las que esos indeseables no podían acceder. Mi casa era una. Un lugar seguro que conformaba un punto ciego. Un lugar seguro que rechazaba las miradas de quienes me despojaron de mi propia humanidad. Un lugar seguro donde, todo sea dicho, prefería mantener a la cantante. ¿Qué sabría de STEM? ¿Y de Mobius?

Temía pensar que pudieran hacerla daño una vez saliese del sistema. Porque si, mi intención era largarme, pero llevarla conmigo. Un hecho peliagudo teniendo en cuenta que su verdadero cuerpo, el de Leslie, el de Joseph, el de Marcelo y el de Sebastian, entre otros, estarían conetados al prototipo que se construyó en las entrañas de Beacon.

Suspiré y me quedé contemplando como dormía. Incluso me atreví a bajar un poco la ropa de cama para ver su rostro. Este, hermoso, perfecto, tallado a mi medida, se hallaba consternado. Acaricié su cabeza y el mimo hizo que relajase el semblante.

Tenía que admitir que las probabilidades no estaban a nuestro favor. Al revés. El Administrador no era idiota. Debía de haberse dado cuenta de que sentía cosas por ella y no dudaría, pero ni un segundo en volver mis emociones en mi contra. Ese era su modus operandi. Así me traicionó.

Tensé la mandíbula. No me quedaba tiempo. Kidman ya no me sería útil y Castellanos se había acercado demasiado a la verdad. Aquello dejaba un margen demasiado pequeño para actuar si quería salir victorioso.

Y eso se traducía de una manera que me estrujaba las entrañas: No podía perder más tiempo con romanticismos y espejismos de amor.

-Mia.- La llamé. Mi tono de voz no admitía réplicas. Fue grave, inflexible.

Al darme cuenta de que no despertó, puse mi mano sobre su hombro y la moví un poco. Entonces emitió un quejido y se llevó la mano a la frente.

-Au...

Otra mala señal. Las migrañas solo precedían a una vinculación total con el encéfalo de STEM. Tenía que sacarla cuanto antes o acabaría transformandose en una criatura, mezcla de sus temores y fobias.

El reloj seguía corriendo.

-No es momento de quejas. Levantate.- Le dije.

Pero la doncella solo se llevó la diestra a la frente, remoloneando e intentando escabullirse.

-Mi cabeza...

No me importó. Las quejas eran algo a lo que estaba más que acostumbrado. Todos los sujetos de prueba que pasaron por la mansión suplicaban, gritaban, lloraban y hasta pataleaban, más nunca dejé que se salieran con la suya.

No te metas conmigo [Ruvik - The Evil Within]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora