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El hecho de que no haya necesitado más datos para saber a qué pulsera me refiero me preocupa al instante.
—Fue por casualidad. Necesitaba cinta adhesiva y la señora Aldrin me dijo que podría encontrarla en tu mesa. Abrí el cajón y la vi.
Estoy dando tantas explicaciones porque no quiero que piense que estaba registrando sus cosas.
Harry se separa despacio. Su mirada ha cambiado por completo. Vuelve a estar enfadado, furioso, pero, sobre todo, está en guardia, y eso me inquieta todavía más.
—¿De quién es la pulsera? —pregunto.
Harry se aleja unos pasos.
—No tiene ninguna importancia —comenta rodeando la isla de la cocina y recuperando su copa.
Yo suspiro y me bajo de la encimera. A pesar de llevar tacones, consigo conservar toda mi elegancia. Lauren estaría muy orgullosa de mí.
—Si no la tiene, cuéntamelo —contraataco.
—_____, déjalo estar —me advierte.
Resoplo furiosa y me cruzo de brazos. No me puedo creer que vaya a tomar esa actitud una vez más.
—Cuéntamelo —le exijo.
Mi tono de voz hace que la mirada de Harry se recrudezca.
—No —replica sin más.
¡Esto es increíble! Independientemente de la importancia que tenga la pulsera o no, me merezco que alguna vez conteste a una mísera pregunta.
Harry deja el vaso sobre la isla y separa su mano de él, poco a poco. Ese simple gesto hace que toda mi atención se centre en sus dedos, que van desde el cristal hasta sus labios en ese gesto reflexivo que adoro. Exhala todo el aire aún más lentamente y yo continúo observándolo, como si ese puñado de pequeños gestos me tuvieran hipnotizada.
Sin embargo, cuando da un paso hacia mí, todo mi cuerpo reacciona.
—No, Harry —le indico dando uno hacia atrás.
No pienso permitir que me toque.
—¿No, qué? —pregunta presuntuoso.
Odio que tenga tan claro que puede hacer conmigo lo que quiera. Puede que tenga razón, pero no tiene por qué vanagloriarse.
—No pienso dejar que te acerques si no me lo cuentas —murmuro tratando de sonar todo lo segura que soy capaz.
—¿Me estás chantajeando?
Me parece ver una incipiente y arrogante sonrisa asomando en sus labios y automáticamente recuerdo lo agotador que es discutir con el señor irascible.
—He aprendido del mejor —respondo sin amilanarme.
Su sonrisa se hace definitiva. Es media, dura y sexy. Se está divirtiendo.
—¿De quién es la pulsera? —pregunto de nuevo.
Cualquier rastro de que esto le estuviera haciendo la más mínima gracia desaparece.
—_____, joder —se queja pasándose las manos por el pelo.
—Quiero saberlo —protesto exasperada. Maldita sea. No estoy pidiendo tanto.
—Y yo no quiero contártelo —sentencia y su voz vuelve a estar bañada de ese tono de advertencia.
Estoy cansada de esto, de que él decida qué puedo saber y qué no, de que su primera respuesta cada vez que hago una pregunta que tenga que ver con su trabajo o con su vida sea no, de que me haya puesto un guardaespaldas sin consultármelo, de que trajera mis cosas, de que ni siquiera me dejara hacer mi maldita maleta para la luna de miel. Somos dos y ahora que vamos a ser tres necesito saber que él y yo estamos al mismo nivel.