dangerous secrets

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Prólogo

Parker's Ridge, Vermont

28 de noviembre

La misión de Iceman, el hombre de hielo, había terminado. Entonces, ¿por qué continuaba todavía allí, en la cima de aquella helada colina, contemplando el funeral que se desarrollaba en el valle que se abría a sus pies?

Hacía frío, incluso para tratarse del mes de noviembre. Los ayudantes del enterrador tenían dificultades para cavar en el suelo helado el hueco necesario para el amplio ataúd de caoba y metal, que yacía sobre el césped a unos metros de distancia. El sonido de sus palas tintineaba con el ruido del acero y se expandía por el soleado y frío aire. No pocas personas sacudían los pies sobre el nevado terreno, tratando de calentárselos, y mirando luego en derredor con inquietud. No era correcto parecer incómodo durante un entierro, de modo que se frotaban los brazos y se arrebujaban tristemente en sus abrigos de invierno con la esperanza de que todo acabara pronto.

Iceman se encontraba en su escondite situado a sesenta metros por encima de la arbolada ladera, observando a través de sus prismáticos tácticos Steiner 8 x 30, recuerdo de sus días en el ejército.

El no sacudía los pies ni se arrebujaba en su abrigo. El frío no le molestaba. Tampoco el calor. Y le traía sin cuidado lo que sentían los asistentes.

Estaba allí por la viuda.

Ella se encontraba aparte, pálida y rígida, con la cabeza al descubierto, vestida de negro. No parecía notar el frío ni se removía de forma nerviosa. Simplemente estaba inmóvil, pequeña y erguida, observándolo todo con ojos secos mientras los ayudantes cavaban laboriosamente.

Aquello pareció durar una eternidad.

El aliento de los enterradores surgía en forma de blancas nubes de vaho y su respiración se tornaba cada vez más áspera, semejante a la de una bestia de carga tirando de algo pesado. Finalmente, en el suelo se abrió un agujero en forma de ataúd, y su labor se interrumpió.

Los asistentes se congregaron en torno a la viuda como guiados por una señal tácita. Un anciano caballero, vestido con un abrigo negro de cachemir, la tomó brevemente del codo y se inclinó hacia ella. Pero la viuda negó con la cabeza y él dio un paso atrás.

El sacerdote, un hombre joven de tez pálida, abrió su pesada Biblia y leyó una página que había sido señalada previamente con un largo marca páginas de seda blanca. Sus palabras resultaron pausadas y solemnes mientras su nariz adoptaba un vivo color rojo.

Cuando llegó al final del párrafo, cerró la Biblia e inclinó la cabeza. Todos hicieron lo mismo salvo la viuda, que continuó con la vista clavada al frente de forma rígida. La mujer mayor, elegantemente ataviada, que estaba junto al anciano caballero, trató de acercarse a ella, pero se detuvo cuando su acompañante le puso una mano sobre el brazo y sacudió la cabeza, lanzándole una mirada de advertencia. La anciana pareció confusa, y después retrocedió.

Los ayudantes habían colocado sogas de más de cinco centímetros de grosor bajo el ataúd que habían situado sobre el profundo agujero, y lo estaban bajando lenta y laboriosamente. Los hombres farfullaron por el esfuerzo y la tensión, y el sonido ascendió colina arriba.

Al fin, el enorme y pesado ataúd llegó al fondo y los operarios retrocedieron con

El sacerdote le dijo unas palabras a la viuda y ésta se movió por primera vez, agachándose con agilidad para agarrar un puñado de tierra. Se aproximó al borde del agujero, arrojó la tierra sobre el ataúd y luego alzó la mirada, carente de expresión.

ONE SHOTS  [HARRY STYLES]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora